viernes, 3 de julio de 2015

Vidas Paralelas: Julio César y Pericles (II)

Por Sergio Ruiz

Tras Julio César, veremos al otro gran hombre que nos ocupa, Pericles.

Pericles


Pocos son los individuos en la Historia que pueden presumir de haber dado nombre al tiempo en que vivieron. Casi da vértigo pensar que no se trata de un acontecimiento de escala mundial, de una guerra que afectara a muchas naciones (por desgracias los conflictos bélicos suelen usarse como etiquetas cronológicas), de un fenómeno natural desproporcionado. Se trata de un simple hombre. Pero algo debió de tener aquel individuo para que su nombre se asociara indisolublemente a su época. Algo especial debió de haber en él para que la posteridad recordara su tiempo como el Siglo de Pericles.


Y sin embargo Pericles fue el “primer ciudadano” de Atenas durante escasas tres décadas (cuarenta años, redondea Plutarco). Entró en la escena política a mediados del siglo V a.C. y en ella se mantuvo hasta su muerte, el 429 a.C.. Como estratego de Atenas lideró sus destinos durante la segunda mitad de la llamada por Tucídides "pentecontecia", el lapso de tiempo que transcurrió entre las guerras médicas y las del Peloponeso; al iniciarse este último conflicto ofreció al pueblo ateniense una táctica que quién sabe si no les habría llevado a la victoria final, de no haber muerto él a los dos años de comenzada la guerra. 



Quizá pueda pensarse que el hecho de ocupar la magistratura de estratego le puso en bandeja el liderazgo de Atenas, pero tal idea se viene abajo en cuanto uno repara en que los estrategos atenienses no ocupaban el cargo de manera vitalicia sino que se elegían anualmente; que no era un único individuo el elegido sino diez cada años. En principio, era un cargo de carácter militar supeditado a otra magistratura más importante, el arconte polemarco. Habiendo escogido ya a Pericles como estratego alguna que otra vez en los años 50, la Asamblea de Atenas (que es como decir el pueblo, la ciudadanía) lo mantuvo en el cargo durante quince años consecutivos, del 445 a.C. al 429 a.C. (y sin embargo parecen pocos comparados con los cuarenta y cinco –si hemos de creer a Plutarco– de Foción, que vivió un siglo después), y en ese periodo dispuso siempre a los atenienses a favor de sus propuestas tanto en política interior como exterior, convirtió su polis en “la más grande de su tiempo” y la puso en la cabeza de un imperio marítimo basado en la tributación a cambio de protección, que dominó el mar Egeo hasta que fue desmantelado en el 404 a.C. con la derrota en la guerra contra los espartanos.

La historia griega está plagada de relatos como este. Pericles fue en su época un personaje controvertido. Siendo de familia aristocrática, ya desde sus inicios en política se decantó por favorecer al pueblo y apoyar y proponer medidas que restringían fuerza e influencia a las clases acomodadas.



Pese a su aura de moderación, templanza y justicia, Pericles sabía jugar duro cuando convenía. Plutarco también se hace eco de la opinión crítica que algunos tenían de Pericles, de quien contaban que el salario que instituyó para los ciudadanos que ocuparan algún cargo público, salario que obviamente salía del erario de la polis, fue solo un intento de contrarrestar la buena fama que su rival, Cimón, se había ganado al hacer siempre un uso desprendido de su inmensa fortuna personal favoreciendo a quien le pidiera ayuda.

Siguiendo el estudio crítico de la figura de Pericles, toca analizar los enemigos políticos que el estadista encontró a lo largo de su vida. Cimón habría sido el primero, pero tras la muerte de este el liderazgo del partido aristocrático recayó en un pariente suyo, Tucídides (no el historiador). Este era un hábil y mesurado orador, pero Pericles lo era más: cuenta de nuevo Plutarco que, preguntado Tucídides por el rey Arquidamo de Esparta sobre quién era mejor luchador, si Pericles o él mismo, éste respondió sin alterarse que su enemigo ya que, aunque fuera derrotado, se las arreglaría para convencer al público que había sido él quien venció. En efecto, las dotes oratorias de Pericles “vencieron” sobre las de Tucídides y este fue condenado al ostracismo hacia el 442 a.C. Ya sin oposición, Pericles pudo por fin consolidar su posición al frente de los destinos de Atenas en los años 30 del siglo V a.C. y hacer buena la frase de Tucídides (ahora sí, el historiador):


“Aunque de nombre Atenas era una democracia, en realidad era el gobierno del primer ciudadano”.
Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, II 65 10.

Plutarco hace un retrato del estadista que no deja lugar a dudas respecto a su imagen personal:

“De este modo adquirió, parece ser, no solo un pensamiento profundo y un lenguaje elevado, desprovisto de la menor bufonería grosera o malintencionada, sino también un gesto grave, que nunca se abandonaba a la risa, un andar calmado, una decencia en el vestir que ninguna emoción desarreglaba cuando hablaba, una dicción serena e imperturbable, así como otros rasgos semejantes que llenaban de admiración a todos los que le veían”.
Plutarco, Vida de Pericles, 5 1.

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