miércoles, 4 de febrero de 2015

La dimisión del humanismo


Por Sergio Ruiz

Hannah Arendt sostenía que la irracionalidad de los totalitarismos venía provocada por el terror. El odio en el corazón de los hombres era tal, que las decisiones racionales carecían de lugar. Cuando más judíos exterminaron los nazis fue cuando tenían perdida la 2ª Guerra Mundial. Su obra, “Los orígenes del totalitarismo”, es de obligada lectura en este sentido.

Arendt cubrió, como enviada especial del Diario New Yorker, el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, que tuvo lugar en Jerusalén (1961). Filósofa judía, de origen alemán, exiliada en Estados Unidos, Arendt era una de las personas más adecuadas para escribir un reportaje acerca de dicho procedimiento al miembro de las SS, responsable de la solución final.

Arendt no dejaba a nadie indiferente. Sus artículos tenían grandes apoyos (el poeta estadounidense Robert Lowell o el filósofo alemán Karl Jaspers, maestro de Arendt, afirmaron que eran una obra maestra), mientras que en muchos más provocaron indignación e ira. La filósofa publicó esos reportajes en forma de libro con el título "Eichmann en Jerusalén" y lo subtituló "Sobre la banalidad del mal", lo cual no hizo sino reforzar el resentimiento entre varias asociaciones judías estadounidenses e israelíes.

Para profundizar más en Arendt, es indispensable conocer qué fue exactamente lo que detectó en Eichmann. Gracias a Monika Zgustova (*) nos es posible:

“Tres fueron los temas de su ensayo que indignaron a los lectores. El primero, el concepto de la “banalidad del mal”, que ya hemos recalcado. Mientras que el fiscal en Jerusalén, de acuerdo con la opinión pública, retrató a Eichmann como a un monstruo al servicio de un régimen criminal, como a un hombre que odiaba a los judíos de forma patológica y que fríamente organizó su aniquilación, para Arendt no era un demonio, sino un hombre normal con un desarrollado sentido del orden que había hecho suya la ideología nazi, que no se entendía sin el antisemitismo, y, orgulloso, la puso en práctica. Arendt insinuó que Eichmann era un hombre como tantos, un disciplinado, aplicado y ambicioso burócrata: no un Satanás, sino una persona “terriblemente y temiblemente normal”; un producto de su tiempo y del régimen que le tocó vivir".

Hannah Arendt, por tanto, explicaba que Eichmann no era un ser irracional, sino todo lo contrario. Perfectamente capaz en sus decisiones y consciente de lo que hacía, un burócrata que se lavaba las manos ante el hecho de matar a miles de judíos en los últimos tiempos del nazismo, cuando todo estaba perdido. Eichmann creía en lo que hacía, en el valor de la ideología que defendía; que detrás de esas barbaridades, había algo digno como fin.

“Arendt resaltó la rebelión de Eichmann contra las órdenes de Himmler quien, al aproximarse la derrota, recomendó un mejor trato a los judíos, mientras que Eichmann “se esforzó por hacer que la solución final lo fuera realmente”, escribió Arendt. La filósofa dibujó un minucioso retrato de Eichmann como un burgués solitario cuya vida estaba desprovista del sentido de la trascendencia, y cuya tendencia a refugiarse en las ideologías le llevó a preferir la ideología nacionalsocialista y a aplicarla hasta el final. “Lo que quedó en las mentes de personas como Eichmann”, dice Arendt, “no era una ideología racional o coherente, sino simplemente la noción de participar en algo histórico, grandioso, único”. El Eichmann de Arendt es un hombre que, engañándose y convenciéndose a sí mismo, está persuadido de que sus sangrientas acciones manifiestan su virtud”

Hoy, más de medio siglo después, nos enfrentamos a una nueva amenaza: el yihadismo. El Estado Islámico es el actual régimen totalitario, terrorista, antisemita. Al igual que el miembro de la SS, los partícipes se sienten legitimados, e impunes, para obrar como hacen por una causa mayor, ulterior a ellos mismos. Al igual que expresa Arendt, hay muchos que son adoctrinados y fáciles de manipular para la causa, debido a la falta educación. Sin embargo, como explica la banalidad del mal, también los hay perfectamente preparados, cultos y con un profundo conocimiento de política, de historia, de filosofía… Estos líderes o ideólogos son los que saben hacer llegar el mensaje, los que tejen los hilos detrás de los “locos” que vemos inmolarse, y los que hacen del Islam un arma de destrucción, como se hizo del cristianismo o se aprovechó el nazismo del sentimiento de humillación que arrastraba el pueblo alemán tras la 1ª Guerra Mundial.

Abu Bakr Al-Baghdadi, Califa del Estado Islámico (califa, líder religioso) tiene cuidado al milímetro cuando debe aparecer y cuándo no. Qué imagen ofrece y, por supuesto, cual es el mensaje que debe dar a sus “fieles”. Es hora de hacer frente al terror, de denunciarlo y de analizar los aspectos más oscuros del ser humano. No podemos permitir que la irracionalidad domine el corazón de los hombres, ni dejar que estos crímenes queden en el olvido. Es el momento de hacer apología de la democracia, de que los gobiernos se decidan a actuar con fuerza y determinación contra el terror.

 “Lo único necesario para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada”, dijo Edmund Burke. Los asesinatos de Charlie Hebdo, las matanzas de Boko Haram o el asesinato del piloto jordanio deben terminar con el “Eichmann” del Estado Islámico sentado en el juzgado, pagando por sus crímenes contra la humanidad. Para lograrlo, la resolución debe ser máxima, irreductible. Si dejamos que el mal gane, si aceptamos que nuestra humanidad dimita, entonces estaremos adimitiendo que, seguramente, no nos mereceremos estar aquí.

http://elpais.com/elpais/2013/07/25/opinion/1374764105_218903.html

(*) Monika Zgustova es escritora. Su última novela es La noche de Valia (Destino).

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