jueves, 29 de enero de 2015

La suerte está echada

Por Marcos Rivera
 
Se hizo de rogar, pero ya está aquí. Mario Draghi, máximo dirigente del Banco Central Europeo (BCE), anunció el pasado 22 de enero la puesta en marcha de un plan expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) con el que el BCE adquirirá bonos en el mercado secundario a partir del mes de marzo.

Según ha explicado, esta iniciativa se aplicará al menos hasta septiembre de 2016, a razón de 60.000 millones euros mensuales, (45.000 en bonos del Tesoro, y el resto en activos privados, según las estimaciones del mercado) lo que supone una inversión de 1.140.000 millones de euros. Las compras de títulos públicos y privados se mantendrán mientras el BCE no alcance su objetivo, que no es otro que desbloquear el estancamiento del PIB europeo, situado en el 0,8%. Asimismo, pretende alejarse de las tasas negativas del IPC, -0.2%,  y alcanzar la estabilidad de precios, en torno al 2%. Cada banco central de los países del euro se encargará de realizar las compras.

Los mercados le han dado un voto de confianza, tras una decisión que tiene una enorme carga simbólica: el BCE firma así su declaración de independencia respecto a Alemania. Draghi ya salvó una vez a la moneda única, en verano de 2012, cuando dijo aquello de "haré todo lo necesario para sostener el euro". Con la compra de deuda toma más riesgos, gasta una de sus últimas balas, pero protege a la moneda europea.

Alemania acepta a regañadientes, (ante el riesgo de recesión, más una deflación que atenaza su economía) y exige que el 80% de las pérdidas en caso de existir, las asuman los BC de cada país. Además, pretende que este no sea un riesgo compartido, a diferencia de programas de compras de títulos anteriores, en los que se comparten los riesgos por hipotéticas pérdidas. De esa manera, se hacen menos atractivas las reestructuraciones de deuda “y se rebajan las preocupaciones de algunos países sobre las consecuencias fiscales inesperadas de un programa de compras con un volumen tan elevado’’, como la tan temida hiperinflación por Alemania.
 
No hay que olvidar que, tras la I GM, gracias a dicha hiperinflación pudo sobrevivir el país teutón hasta que EEUU levantó las sanciones impuestas tras la guerra y empezó a inyectar capital para reconstruirse. Parece que no les gusta recordar de dónde vienen.

En otro orden de cosas, el movimiento que busca el BCE con esta medida son tres:

1. Bancos presten más dinero

2. Empresas inviertan

3. Familias consuman

Es decir, gasolina para la reactivación europea por varios canales:

Uno: un euro más barato facilita las exportaciones y la salida de la crisis.

Dos: si los intereses de la deuda bajan un poco más, los Estados tendrán que pagar menos a la hora de financiarse. (Medida que beneficia sobre todo a Grecia a la hora de pagarla.)

Tres: que las empresas y familias tengan más facilidades para acceder a un préstamo.

Cuatro: las empresas puedan invertir y generar empleo.

Cinco: al haber más empleo, las familias tendrán más poder adquisitivo.

Pero sobre todo seis: Draghi busca en una inyección de confianza, que se tiene que dejar ver sobre todo en los bancos.

En definitiva, lo que busca el BCE es activar la DA (demanda agregada) a través de este círculo vicioso, del que todos son partícipes.

Si el QE funciona, los bancos prestarán más y se acercará la salida del túnel; si no lo hace pueden pasar dos cosas: que la temida deflación aparezca por fin, o que con tanto dinero sobre la mesa se desate el fenómeno contrario: una hiperinflación. Draghi no ve esos riesgos por ningún lado. “No estamos para chistes”, zanjó.

El objetivo de la caída del euro no es otro que ayudar a la maltrecha economía exportadora de Alemania. Sin embargo, no todo es positivo, especialmente para países como España. Sin gran vocación exportadora, pero con total dependencia exterior de la energía, la caída del crudo se difuminan con la caída del euro, así que lo comido por lo servido.

Un euro bajo supone, además de aumentar las exportaciones, importar inflación, vía consumo, y luchar contra la deflación, uno de los principales objetivos de Draghi. 

El BCE evita reducir más los tipos y especialmente situarlos en terreno negativo, dada la fragilidad estructural del sistema bancario europeo.

El Eurobanco comprará deuda, con notas superiores al grado de inversión que conceden las agencias de calificación. Esto quiere decir que, si se exige una AAA para comprar deuda y el país tiene calificación de bono basura, se harán excepciones en los países con peor nota (Grecia y Chipre): en el caso de Grecia, Draghi adelantó que, en julio, se planteará comprar bonos griegos, siempre que el gobierno que saliera de las elecciones del domingo pasado, pacte un tercer rescate. A la espera de ver que decisiones toma el nuevo ejecutivo de Alexis Tspiras, probablemente se trate de una línea de crédito de precaución: un rescate suave con condiciones menos duras, vía bajada de tipos de interés y ampliación de plazos para devolver la deuda, pero nunca una quita sistemática de esta.
 
Draghi ya ha hecho lo que debía, pero reclamó a la eurozona una consolidación fiscal inteligente y reformas estructurales para que la efectividad del QE europeo sea más elevada. Volvió a reclamar a la Comisión Europea que active cuanto antes su plan de inversiones. Y subrayó que “no hay plan B”: el BCE persigue que con esta gran inyección de liquidez los bancos empiecen a conceder créditos y las cosas mejoren.

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