Por Marcos Rivera
Se hizo de rogar, pero ya está aquí. Mario Draghi, máximo dirigente del Banco Central Europeo (BCE), anunció el pasado 22 de enero la puesta en marcha de un plan expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) con el que el BCE adquirirá bonos en el mercado secundario a partir del mes de marzo.
Según ha explicado, esta iniciativa se aplicará al menos hasta septiembre de 2016, a razón de 60.000 millones euros mensuales, (45.000 en bonos del Tesoro, y el resto en activos privados, según las estimaciones del mercado) lo que supone una inversión de 1.140.000 millones de euros. Las compras de títulos públicos y privados se mantendrán mientras el BCE no alcance su objetivo, que no es otro que desbloquear el estancamiento del PIB europeo, situado en el 0,8%. Asimismo, pretende alejarse de las tasas negativas del IPC, -0.2%, y alcanzar la estabilidad de precios, en torno al 2%. Cada banco central de los países del euro se encargará de realizar las compras.
Los mercados le han dado un voto de confianza, tras una decisión que tiene una enorme carga simbólica: el BCE firma así su declaración de independencia respecto a Alemania. Draghi ya salvó una vez a la moneda única, en verano de 2012, cuando dijo aquello de "haré todo lo necesario para sostener el euro". Con la compra de deuda toma más riesgos, gasta una de sus últimas balas, pero protege a la moneda europea.
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No hay que olvidar que, tras la I GM, gracias a dicha hiperinflación pudo sobrevivir el país teutón hasta que EEUU levantó las sanciones impuestas tras la guerra y empezó a inyectar capital para reconstruirse. Parece que no les gusta recordar de dónde vienen.
En otro orden de cosas, el movimiento que busca el BCE con esta medida son tres:
1. Bancos presten más dinero
2. Empresas inviertan
3. Familias consuman
Es decir, gasolina para la reactivación europea por varios canales:
Uno: un euro más barato facilita las exportaciones y la salida de la crisis.
Dos: si los intereses de la deuda bajan un poco más, los Estados tendrán que pagar menos a la hora de financiarse. (Medida que beneficia sobre todo a Grecia a la hora de pagarla.)
Tres: que las empresas y familias tengan más facilidades para acceder a un préstamo.
Cuatro: las empresas puedan invertir y generar empleo.
Cinco: al haber más empleo, las familias tendrán más poder adquisitivo.
Pero sobre todo seis: Draghi busca en una inyección de confianza, que se tiene que dejar ver sobre todo en los bancos.
En definitiva, lo que busca el BCE es activar la DA (demanda agregada) a través de este círculo vicioso, del que todos son partícipes.
Si el QE funciona, los bancos prestarán más y se acercará la salida del túnel; si no lo hace pueden pasar dos cosas: que la temida deflación aparezca por fin, o que con tanto dinero sobre la mesa se desate el fenómeno contrario: una hiperinflación. Draghi no ve esos riesgos por ningún lado. “No estamos para chistes”, zanjó.
El objetivo de la caída del euro no es otro que ayudar a la maltrecha economía exportadora de Alemania. Sin embargo, no todo es positivo, especialmente para países como España. Sin gran vocación exportadora, pero con total dependencia exterior de la energía, la caída del crudo se difuminan con la caída del euro, así que lo comido por lo servido.
Un euro bajo supone, además de aumentar las exportaciones, importar inflación, vía consumo, y luchar contra la deflación, uno de los principales objetivos de Draghi.
El BCE evita reducir más los tipos y especialmente situarlos en terreno negativo, dada la fragilidad estructural del sistema bancario europeo.
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Draghi ya ha hecho lo que debía, pero reclamó a la eurozona una consolidación fiscal inteligente y reformas estructurales para que la efectividad del QE europeo sea más elevada. Volvió a reclamar a la Comisión Europea que active cuanto antes su plan de inversiones. Y subrayó que “no hay plan B”: el BCE persigue que con esta gran inyección de liquidez los bancos empiecen a conceder créditos y las cosas mejoren.
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