Por Carlos Navarro
Durante los últimos años, el tenis viene presenciando una época de rivalidades y de multitud de encuentros entre feroces competidores, siempre desde el respeto y con una rivalidad que, incluso, llega a aburrir a los más anárquicos (véase Gulbis, McEnroe) que piden algo más de picante y de ‘mala leche’. Federer y Nadal abrieron la veda en lo que para muchos es la mejor rivalidad de todos los tiempos por lo antagonistas de sus perfiles; luego, Novak Djokovic se unió y aumentó la competitividad de las rivalidades a un extremo que refleja el sacrificio del tenis y el desgaste físico hoy en día. También Andy Murray ha hecho mejores a cada uno de sus rivales y los ha animado a mejorar, a reinventarse para no perder su sitio. Sin embargo, en los últimos tiempos, la rivalidad que no pierde pujanza y que nos brinda auténticos clásicos cada vez que ocurre, es aquella en la que Novak Djokovic, el número 1 del mundo, y Roger Federer, el número 2, se preparan para boxear sobre la pista en luchas sin cuartel.