sábado, 4 de abril de 2015

México y los secretos del meteorito que acabó con los dinosaurios

Vía El País

Un proyecto perforará bajo el mar para analizar el cráter que dejó hace 66 millones de años un descomunal impacto de masa cósmica.
 
Hace 66 millones de años, cuando México no era México, cuando aún se estaban separando América del Sur y África en dos continentes, un meteorito de más de diez kilómetros de diámetro cayó sobre lo que hoy es la mexicana Península de Yucatán, entonces sumergida, y desencadenó un cataclismo que terminó con infinidad de organismos vivos. Entre ellos, los dinosaurios.
 
La descripción que hace de aquello el geofísico mexicano Jaime Urrutia Fucugauchi (la familia de su padre era de un pueblo al sur de Bilbao, su madre japonesa) es dantesca. Habla de un nube de polvo que lo cubrió todo y cortó la fotosíntesis porque bloqueó la llegada de la luz del sol. De toneladas de fragmentos de roca que saltaron por los aires con una violencia inimaginable, atravesaron la atmósfera hacia arriba, volvieron de regreso por efecto de la gravedad y, a la vuelta, por el roce con la atmósfera, generaron un "pulso térmico", una ola de calor, que barrió la superficie a temperaturas de más de 500 grados.


 
Urrutia es uno de los directores de un proyecto internacional que trata de ahondar en el conocimiento de aquel fenómeno clave de la historia de la Tierra. El cráter que provocó el impacto del meteorito sigue existiendo y se encuentra sumergido, oculto bajo el lecho marino. El plan del Proyecto Científico de Perforación del Cráter Chicxulub, adelantado esta semana por el diario Animal Político, es perforar el lecho hasta aproximadamente un kilómetro de profundidad, donde, sepultado por 66 millones de años de sedimentos, se encuentra el cráter.
 
El proyecto cuenta con un equipo de científicos internacional y multidisciplinar: geofísicos, geólogos, paleontólogos, biólogos, expertos en investigación molecular, en ciencias planetarias… La financiación, 10 millones de dólares, proviene de fondos de distintos países, y se prevé que la perforación, con técnicas de ingeniería petrolera, empiece en la primavera de 2016 y dure dos meses.
 
Urrutia, investigador de la Universidad Nacional (UNAM), explica que se busca información sobre los siguientes asuntos: saber más de cómo se fue restableciendo la vida en el planeta después de aquel apocalipsis; investigar cambios climáticos a través de los tiempos, por ejemplo las bajadas de temperatura que crearon los casquetes polares; estudiar cómo se forma un cráter de anillos concéntricos, una estructura que en la Tierra sólo presenta el cráter de Yucatán pero que es común en la Luna y en Marte; también conocer con precisión detalles del propio impacto, por ejemplo la velocidad a la que la gran masa cósmica chocó con la Tierra y el efecto que tuvo en el clima y en la vida terrestre.
 
La primera referencia que hubo del cráter sumergido se dio, a mediados del siglo pasado, dentro de trabajos exploratorios de Petróleos Mexicanos (Pemex). Se detectó que bajo el mar había una anomalía geofísica: una estructura semicircular de unos 200 kilómetros de diámetro.
Pero no fue hasta finales de los años 70 que ingenieros de Pemex, el mexicano Antonio Camargo y el estadounidense Glen Penfield, establecieron la hipótesis de que aquella forma submarina podía ser, una de dos: un campo volcánico enorme o un "cráter de impacto". En 1991, Penfield, Camargo y un grupo de investigadores confirmaron que era un cráter. Y en 1992, una investigación de la que ya formó parte Urrutia Fucugauchi determinó, mediante estratigrafía magnética, que la edad del cráter se correspondía con la del tiempo del cataclismo del cretácico.
 
Por aquel entonces, encontrar el punto exacto de impacto del meteorito que había provocado ese hito universal era un reto. "Había grupos trabajando en Siberia, en Europa, en Estados Unidos...", recuerda Urrutia. Él mismo, en los años ochenta, había seguido el rastro del cráter de todos los cráteres por lugares lejanos como India o Brasil. Hoy sonríe recordándolo. Lo que buscaba tan lejos estaba bajo sus pies, en México: el cráter Chicxulub, que aún guarda un profundo pozo de conocimiento para la ciencia.

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