Vía El Español
El periodista Rafael Marques denuncia desde hace dos décadas la corrupción y los abusos en Angola. Ahora se sienta en el banquillo por publicar un libro que detalla la complicidad de siete generales en las torturas y los asesinatos de cientos de mineros de diamantes en una región al norte del país.
Extrañada por la ausencia de su hijo durante unos días, Linda Moisés da Rosa decidió salir a buscarle el 5 de febrero de 2010. Se llamaba Kito Eduardo Antonio, tenía 33 años y trabajaba como buscador de diamantes en la región angoleña de Lundas.
Al día siguiente, Linda se enteró por otros mineros que los guardias de la empresa Teleservice habían matado a su hijo por no pagar por el acceso a la explotación. “Los guardias suelen pedir dinero a cualquiera que quiera entrar en las minas”, cuenta Linda en el libro Diamantes de Sangre – corrupción y tortura en Angola. “Mi niño no lo tenía y por eso lo mataron. Kito les ofreció pagarles después pero no aceptaron. Le clavaron un machete en la nuca, otro en la frente y otro en la cara. Luego arrojaron su cadáver al río Cuango”.
El autor del libro Diamantes de Sangre es el periodista angoleño Rafael Marques, que aporta detalles sobre cientos de casos de intimidación, tortura y asesinato en las aldeas cercanas a las minas de diamantes de la región de Lundas, al norte de Angola. El libro, publicado en Portugal en 2011, atribuye la autoría de los abusos a la empresa de seguridad privada Teleservice, cuyos propietarios son siete generales angoleños. Entre ellos, el poderoso general Manuel Hélder Vieira Dias Júnior, ministro de Estado y jefe de la oficina de inteligencia del presidente del país.
Al publicar el libro, Marques presentó una denuncia judicial en Angola contra esos generales. La fiscalía archivó el caso y lo usó para abrir un proceso contra Marques, cuyo juicio está previsto para el 14 de mayo después de haber sido aplazado en dos ocasiones. El periodista afronta hasta un año de cárcel y una multa de un millón y medio de euros por nueve delitos de calumnias y 15 de difamación.
Un río de diamantes
“Nosotros nacimos aquí”, explica Linda Moisés da Rosa en el libro del periodista angoleño y en este testimonio audiovisual. “El río de los diamantes está en nuestra tierra pero nosotros no nos beneficiamos en nada. Los extranjeros se apoderan de los diamantes y nuestros hijos son asesinados”. Linda pidió responsabilidades a la empresa por la muerte de su hijo y la denunció sin éxito ante la policía.
“El fin último de mi libro es conseguir que las autoridades estén atentas al sufrimiento de las comunidades locales”, me explica Marques desde Angola por Skype. “Quise denunciar que la violencia continúa en Angola 13 años después del final de la guerra civil. Sobre todo en aquella región, que tiene incluso una legislación distinta del resto del país. No hay libre circulación de personas y bienes, las principales vías están privatizadas y las tierras son expropiadas sin compensación”.
No es la primera vez que Marques tiene problemas con la Justicia angoleña. Sus informaciones le han llevado a la cárcel y le han granjeado palizas de la policía. Los generales a quienes atribuye la autoría última de los abusos los denunciaron por difamación a él y a su editora en Portugal.
“Un año después de publicar el libro, me entero de que estoy imputada por publicar un libro. Es algo que no ocurría desde el 25 de abril”, me dice la editora Bárbara Bulhosa en referencia a la revolución que terminó con la dictadura en Portugal. La fiscalía archivó el proceso y consideró que el libro era un ejercicio legítimo de la libertad de expresión.
Según el abogado Francisco Teixeira da Mota, el juicio que afronta ahora Marques en Angola es un proceso político. “Es un caso clarísimo de ataque a la libertad de expresión”, explica. “No sólo buscan acallar la voz incómoda de Rafael sino también intimidar a los demás. Es un proceso político porque lo que está en juego son afirmaciones que chocan con el poder”.
“Un periodista angoleño debe luchar cada día por un espacio de independencia que le permita contar lo que ocurre”, dice Marques. “Entonces se transforma en activista también”.
El periodista siempre fue consciente de los problemas que le podrían acarrear el libro y su denuncia contra los generales: “Hiciera lo que hiciera, me iba a sentar en el banquillo. Pero por una vez quise cambiar la dinámica. Decidí que sería yo quien les denunciaría primero. Durante la investigación recogí testimonios, fui testigo de abusos y tuve que llevar a los torturados al hospital. Eso no se podía quedar sólo en las páginas de un libro. Quise denunciarlo y obligar a que hubiera una investigación. Aunque fuera breve y aunque supiera que al final el acusado sería yo”.
Las heridas abiertas
Marques habla despacio, con un tono firme pero amable. Descoloca su serenidad. “Es una persona excepcional”, recuerda su editora Bárbara Bulhosa. “Es un pacifista fiel a sus convicciones y un luchador por la libertad”.
Sobre el juicio, el periodista espera que el sentido común prevalezca y que sea una oportunidad para dialogar. “Lo importante era que se abriera el proceso. Ahora quiero que se abra otro espacio de diálogo para que las autoridades se involucren y consigamos una solución”. Teleservice, una de las empresas de seguridad denunciadas por el libro, abandonó la región en 2013. “Ésos son los avances que importan. Los pasos que de verdad cuentan para mejorar la vida de la población”.
Las heridas aún siguen abiertas en Angola. Un país que ha pasado por un proceso de colonización que empezó en el siglo XVI, por una guerra por la independencia (1961-1975) y por una larga guerra civil (1975-2002). Laguerra que duró 27 años y opuso a las dos fuerzas políticas: el movimiento anticomunista UNITA y el marxista MPLA, que asumió el Gobierno después de la independencia y que sigue al frente del país.
El presidente, José Eduardo dos Santos, lleva en el poder desde 1979. La oposición le acusa de opacidad, persecución política e intimidación. Amnistía Internacional advirtió en 2012 sobre la represión ejercida durante la campaña electoral. “Vivimos situaciones muy graves donde todo estaba justificado y no hemos tenido un intervalo de tiempo suficiente para valorar la vida humana”, dice Marques. “En un país así, es muy difícil cambiar el paisaje político. Antes de cualquier cambio, tenemos que poner la dignidad humana por delante de todo”.
Amnistía Internacional lanzó en marzo una campaña de apoyo al periodista. Su objetivo es que el Gobierno angoleño desista de la acusación. “Es una persecución política. La comunidad internacional debe aprovechar estas oportunidades para intervenir y generar un debate que pueda cambiar poco a poco las cosas en Angola”, me dice por teléfono Teresa Pina, presidenta de la sección portuguesa de Amnistía Internacional.
Rafael Marques quiere sobre todo despertar la conciencia de los ciudadanos angoleños. “El mundo mira para otro lado porque saca beneficios de la situación. Tenemos que ser los angoleños los que nos impliquemos. Éste es un problema nuestro. No podemos depender de la comunidad internacional”.
Angola es el cuarto país del mundo en producción de diamantes. En los primeros nueve meses de 2014, generó casi mil millones de dólares con la exportación de estas piedras preciosas, según la agencia Reuters. Marques explica que esa riqueza nunca llega a la población. “Angola es una cleptocracia, una sociedad gobernada por gente que roba a su país”, dice citando el artículo publicado en el Financial Times. “No hay riqueza que pueda satisfacer el ego de los dirigentes angoleños. Muchos se compran Ferraris en un país donde no hay carreteras apropiadas para que circulen y luego los tienen en el garaje quien tiene un cuadro en la pared”.
Las minas de la región de Lundas son propiedad de la Sociedad Minera del Cuango (SMC), una compañía formada por tres empresas entre cuyos accionistas se encuentran los siete generales que denuncian ahora a Marques y que son propietarios del 21% de la SMC.
No es la primera vez que el periodista se enfrenta a la Justicia angoleña. En 1999 publicó el artículo El carmín de la dictadura, donde llamaba dictador a José Eduardo dos Santos, presidente del país. El artículo le llevó a la cárcel durante 43 días, sin acusación formal ni derecho a contactar con un letrado o con su familia. “Allí me labré mi reputación como activista. Investigué los casos de personas que llevaban siete años en la cárcel sin acusaciones, sin condena y sin que les llevaran ante un tribunal. Moría gente todos los días. Al salir, denuncié los hechos y la cárcel de Viana cerró durante cuatro años. Liberaron a más de mil personas”.
En 2013 Rafael fue cercado por la policía a la salida de un juicio a jóvenes activistas. “Esa vez todo fue muy violento”, dice. “En apenas unos minutos me rodearon más de 50 agentes con metralletas. Me arrestaron, me llevaron al cuartel general y me dieron una paliza. Me pisotearon en la espalda, me golpearon varias veces y me quitaron mi cámara de fotos y mi teléfono móvil”.
La insistencia de Marques le ha granjeado innumerables ataques en la prensa oficial angoleña. “Todos los días me acusan de ser enemigo del Estado”, me dice. “Lo que quiero es que la gente entienda que mi trabajo no es contra el Estado angoleño”.
Ahogado por la censura
La lucha de Rafael Marques empezó en 1992 cuando trabajaba en el Jornal de Angola, un periódico que es propiedad del Estado y que sigue siendo el único diario impreso del país. “Me enorgullezco de ser el único periodista que ha logrado publicar un artículo crítico con el Gobierno en ese diario. En las elecciones de 1992 el redactor jefe estaba agotado. Se fue a casa antes del cierre y me dejó el espacio. Y yo… bueno, yo decidí aprovecharlo”, cuenta entre carcajadas.
Marques escribió un artículo en el que dio voz a la oposición, que había llamado corrupto al presidente en un mitin celebrado en la víspera de la jornada electoral. “Al día siguiente, había un ambiente de funeral. Pero no me dijeron nada porque nunca me habían dicho que hubiera que censurar a la oposición”.
Después de este episodio, Marques fue relegado por sus jefes a la información social. Allí siguió escribiendo artículos incómodos y entonces le enviaron a verificar los precios de los mercados informales de la capital angoleña: aquéllos donde las compras y las ventas no se declaran. Allídescubrió indicios de tráfico de armas y entonces sus jefes le pusieron a reproducir textualmente y sin cambiar una coma los informes del Instituto Nacional de Estadística.
Aquello llevó a Marques a irse del periódico. Desde su casa en la capital angoleña, creó un portal de noticias y escribió para medios como el Guardian o el Washington Post. “Internet es el último reducto de la libertad de expresión”, explica. “El Gobierno intentó controlar la red en 2011. Pero la ley era tan extraña y tan explícita que no salió adelante. Incluía penas de prisión para quien publicara fotos de los miembros del Gobierno sin autorización previa”.
La pregunta de un niño
Sus artículos otorgaron a Marques galardones de varias organizaciones internacionales. El último es el Premio Libertad de Expresión del Index on Censorship, que recibió en marzo de este año. “En ocasiones los reconocimientos sirven también para moralizar a una sociedad”, me dice. “Ver que algo se reconoce fuera da alguna esperanza a los angoleños que quieren vivir de manera íntegra y que reclaman un país donde estos valores sean reconocidos y protegidos por la ley”.
Ni la cárcel ni las persecuciones ni los procesos judiciales han servido para acallar la voz de Rafael Marques. Tampoco para infundirle miedo. “No es el silencio lo que nos salva”, explica. “Mi hermano murió en mis brazos por falta de asistencia médica. Hay que crear las condiciones para que los ciudadanos puedan tener una conciencia colectiva. Acabar con esa idea de que si tienes dinero te ha tocado la lotería y que si no, te aguantas. El Gobierno es el responsable de las condiciones de vida de sus ciudadanos y hay que exigirle más”.
Marques no piensa retirarse del periodismo ni tampoco exiliarse para evitar el juicio: “Éste es mi país y lo que quiero es retirarme aquí y contribuir a que Angola sea mejor. Mi hijo tiene 13 años y me pregunta por qué no cojo un trabajo normal. Y yo le digo que éste es mi trabajo y que no tiene nada malo pero crea mucha incomodidad alrededor. Un día quiero que mi hijo se enorgullezca del trabajo de su padre y que sienta que todo el esfuerzo ha merecido la pena”.
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