miércoles, 4 de febrero de 2015

La inflación: un gran aliado

Por Marcos Rivera

Desde el inicio de la crisis de deuda, que viene azotando, no sólo a Europa, sino al mundo entero, uno de los países que con más ímpetu han defendido las políticas de austeridad, así como no permitir ningún tipo de concesión o ayuda a los países con mayor dificultad, es la todopoderosa Alemania. Sir Walter Scott afirmó que "quien olvida su propia historia está condenado a repetirla". Parece ser que el país teutón es uno de esos casos. Resulta que, gracias a políticas montearías expansivas y créditos concedidos de otros países, Alemania pudo salir de la debacle en la que se encontraba, tras el fin de la I Guerra Mundial.

Cuando la Primera Guerra Mundial estalló, el 31 de julio de 1914,el Reichsbank (banco nacional Alemán) suspendió la convertibilidad de la moneda en oro(conocido como patrón-oro), con lo que pudieron empezar a emitir grandes cantidades de papel-moneda.

El patrón-oro era la forma en que se organizaba el sistema financiero internacional en el siglo XIX. Consistía en algo tan simple como definir una divisa en términos de oro. Así, por ejemplo, el dólar americano estaba definido como una veinteava parte de una onza de oro. La libra esterlina era aproximadamente una cuarta parte de una onza de oro, es decir, tener un dólar equivalía a tener un vale por 1/20 onzas de oro. Puesto que la definición de cada divisa en términos de oro era fija, bien podríamos decir que existía una moneda única mundial, que era el oro. Por motivos de comodidad, la gente usaba billetes de papel para hacer las compras y ventas. Después, uno podía ir al banco a que le cambiaran el papel por su equivalente en oro.

¿Qué llevó al oro a convertirse en moneda mundial? Algo tan sencillo como la confianza. La historia nos ha enseñado que el pueblo siempre ha desconfiado de las monedas emitidas por reyes y emperadores, pero nunca han desconfiado del oro.

El Goldmark, la moneda del Imperio Alemán, había sufrido una grave pérdida de valor real y de poder adquisitivo, dado que el gobierno germano emitió papel moneda para hacer frente a sus necesidades derivadas de la guerra, el Papiermark. Debido a las urgencias nacidas del conflicto, el Papiermark carecía de respaldo en oro y no era convertible en este metal precioso Situación inusual para la época, el esquema del patrón-oro requería que, todas las emisiones de papel moneda de un país, estuvieran respaldadas en oro, precisamente para garantizar su valor.

En una época donde aún existe el patrón-oro, Alemania tenía la mitad de su moneda respaldada por el oro, pero al final de la guerra solo le quedaba el 10 %.

Tanto si se suspendía la convertibilidad, como si no, el mal trago llegaba después de la guerra. Entonces, veían que la cantidad de oro que les quedaba era muy insuficiente para hacer frente a tantos billetes y tenían que devaluar la moneda. (Recordemos: devaluación implica que comprar al extranjero es más caro y vender es más barato). Precisamente, después de la guerra eso era muy amargo, ya que la prioridad era la reconstrucción. Reconstruir resulta más difícil cuando comprar materiales de construcción (y cualquier otro producto) al extranjero es más caro. Si se volvía a la convertibilidad sin devaluar, se arriesgaba a quedarse con sus reservas de oro vacías, o sea, en la bancarrota.

Al término de la contienda, su financiación había costado al Reich 185.000 millones de marcos. De estos 185.000 millones, 1/5 parte (38.000 millones) procedía de impuestos, mientras que el 50% (97.000 millones) provinieron de empréstitos, y el 27% (50.000 millones) de bonos del tesoro a corto plazo.

En 1918, el Reichsbank reconocía una deuda de 49.000 millones, en tanto que la cantidad de dinero en circulación se había incrementado de 2.900 a 18.600 millones. Los instrumentos de financiación, a los que había recurrido el régimen imperial, habían supuesto, por tanto, un crecimiento del 600% del déficit presupuestario y del 500% de la masa monetaria en circulación. 

El fin de la guerra le supuso a Alemania tanto pérdidas territoriales como un incremento de la deuda internacional, además de hacerse cargo de las indemnizaciones de guerra. Los aliados le propusieron firmar el Tratado de Versalles. En dicho convenio, se le prohibía tener un ejército permanente y una flota naviera, les usurparon territorios, desmantelaron y trasladaron sus fábricas (pago por especies) y , aún así, tenían una deuda de 33.000.000.000 millones de dólares, en concepto de indemnizaciones.

El caso alemán no pudo devolver el dinero prestado para financiar los costes de guerra.

La inflación fue uno de los fenómenos de la IGM. Tras la contienda, los precios se dispararon un 150%, debido, como hemos apuntado antes, al incremento del dinero en circulación en la economía. Antes de la guerra, un dólar se intercambiaba a 4,2 marcos (1914). Tras ella, a 14 marcos (1918) y, el 23 de noviembre de 1923, 1 dólar equivalía a 4,2 billones de marcos alemanes.

Para hacerse una idea, en 1913, una barra de pan costaba 0.13 céntimos y, en noviembre de 1923, 100 millones de marcos.

Con el fin de hacer frente a la subida espectacular de precios, los alemanes lo solucionaron emitiendo más papel-moneda, las imprentas trabajaban día a día para imprimir billetes para poder llevar a cabo la compra diaria, lo que supuso una espiral inflacionista.

La emisión de papel moneda, sin respaldo en oro, había servido exitosamente al gobierno de la República de Weimar como herramienta de "defensa". El objetivo fue pagar las sanciones a las potencias vencedoras con dinero devaluado, pero, cuando el mercado financiero internacional se percató de la acelerada devaluación del marco alemán, a inicios de 1922, franceses, belgas y británicos exigieron el pago en recursos naturales (madera, carbón, trigo), imponiendo una presión más severa sobre la economía alemana.

Alemania comenzó a pagar con carbón, locomotoras u oro... lo que dejo al país sin reservas. 

Los franceses, en previsión de que Alemania no tenía recursos para seguir pagando las sanciones, impuestas en el Tratado de Versalles, mandaron a su ejército la ocupación de las minas del sacro, en garantía de pago. 

Nos encontramos, pues, que Alemania no podía pagar a los países las enormes sanciones impuestas, ya que han dejado de aceptar su moneda como medio de pago, debido a la devaluación de ésta y que no estaba respaldada por oro. Los teutones seguían emitiendo papel-moneda para poder seguir manteniendo viva su economía doméstica.

Si Alemania no hubiese seguido moviendo su economía, aunque fuera artificialmente, hubiera desaparecido como Estado.

Esta hiperinflación fue la salvación del país, ya que hizo ver a los aliados que no podían seguir presionando  a Alemania de esta manera, ya que  nunca podrían pagar. Esto obligó a  reestructurar el Tratado de Versalles. 

Alemania consiguió prestamos nuevos de los EEUU, por parte del empresario Dawes. Consistía en inyectar dinero en la economía, lo que permitió al banco alemán empuñar una nueva moneda, el ‘’RETENMARK’. Esto supuso la desaparición del Papiermark como moneda, ya que no servía para nada. No podía usarse para hacer frente al pago de las sanciones, únicamente para mantener Alemania viva de forma artificial. En unos tres o cuatro años, la industria alemana se reformó y fue posible reconvertir el RETENMARK en marco

Esto también supone la renegociación del Tratado de Versalles. Keynes, que participó como asesor en dicho tratado, y en donde predijo que las condiciones impuestas a Alemania eran inviables, dimitió y regreso al Reino Unido. Allí, publicó un libro sobre los problemas de fiarse de la paridad del patrón-oro. "El estado tiene que ser capaz de emitir dinero y hacer políticas expansivas para reactivar la economía aunque la deuda sea grande", sostiene. Es decir, el estado ha de ser suficientemente autónomo para poder emitir moneda, sin que esta tenga que depender de las reservas de oro de un país. 

Alemania salió de la crisis, pero Europa continuaba en un periodo de recesión constante (1921-1923). A partir de 1924, entran lo que se conoce como los felices años 20. La crisis queda atrás y comienza la época de las burbujas. El detonante, la ya conocida burbuja financiera de 1929, que comienza con la caída de la Bolsa de Nueva York. 

Esto nos hace ver que, gracias a esta política monetaria expansiva, llevada a cabo por el imperio alemán, la que les permitió sobrevivir a la postguerra. Si no hubiera emitido dinero para mantener el consumo activo, una de las variables indispensables de la economía para poder crecer, hoy el estado alemán no existiría como tal. 

Una inflación controlada, como la que propone el BCE con su QE, puede ser beneficioso para ayudar a las economías con más carencias a salir de la crisis, siempre y cuando se lleven a cabo unas medidas adicionales, para evitar que suceda lo que pasó, en Alemania, con el precio de los bienes de consumo. 

Toda política monetaria expansiva debe ser controlada por una política fiscal que haga de agente regulador, vía impuestos. Alemania no es partidaria de la QE, pero bien es cierto que fue gracias a su QE personal la que le permitió subsistir, cuando no le quedaba nada. 

La historia demuestra, en definitiva, que la inflación no es tan mala como nos la pintan.

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