La principal tarea de los nuevos gobernantes será reanudar la negociación con la Unión Europea sobre el segundo rescate. Y pues, sobre el Memorandum of Understanding (MoU o Protocolo de Intenciones). Eso y la discusión sobre la deuda pública griega forman un paquete indisoluble, pues el último MoU fijó como primera condición para la quita y el segundo rescate la “reducción de la deuda pública a un nivel sostenible”.
Además, la izquierda radical ha hecho del impago de esa deuda —total o parcial, según momentos y auditorios— clave de bóveda de su campaña, al reputarla de injusta e insostenible.
Además, la izquierda radical ha hecho del impago de esa deuda —total o parcial, según momentos y auditorios— clave de bóveda de su campaña, al reputarla de injusta e insostenible.
Aunque en el fondo, con esa reivindicación los más avezados dirigentes seguramente pretendiesen mejores bazas negociadoras: frente al que-viene-el-coco del impago, mejórennos las condiciones del préstamo. De modo que una cosa es la emoción mitinera y otra, seguro que más matizada, lo que se estipule en los despachos.
Al cabo, a la fuerza política que da la victoria le contrapesa la debilidad de la posición deudora. La amenaza de un impago asustaría a capitales y mercados, pero perjudica antes que nadie a las nóminas del impagador —carece de liquidez para pagarlas—, a sus contratos, a su vida cotidiana.
Llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes implica ponerse de acuerdo antes que nada en un doble principio: la deuda no es per se impagable, puede ser sostenible; y su factura debe dejar de asfixiar a la sociedad griega, sobre todo a los más vulnerables.
Contra lo sostenido por Syriza, y por economistas de la derecha radical (Martin Feldstein, Hans Werner Sinn), la deuda griega puede ser sostenible, puede irse afrontando (nunca la deuda se amortiza del todo, se refinancia con deuda nueva). La clave no es su alta cuantía (177% del PIB), sino su carga porcentual, y su relación con el crecimiento futuro.
Lo acaba de defender el lúcido exconsejero del BCE, Lorenzo Bini-Smaghi, al recordar que “la factura del interés de la deuda [griega] asciende a alrededor del 4% del PIB en 2015, por debajo de la de países como Irlanda, Portugal e Italia” (estas dos oscilan entre el 5% y el 6%) y que con un crecimiento del PIB del 3%, como estaba previsto, aún mejoraría su desempeño (FT, 12 de enero).
En la misma orientación, el profesor Andrew Watt, del socialdemócrata Macroeconomic Policy Institute sostiene en "Is Greek debt really unsustainable?” que lo único que realmente “necesita Grecia es algo de crecimiento”; y que ha reducido el tipo de interés de su deuda de más del 4,7% en 2008 al 2,4% en 2014, por debajo de Alemania o Austria.
Otra cosa es el precio social pagado por sostener esa deuda, altísimo. Reordenar, mejor que impagar. Es ahí donde cabe la corrección. No es que quepa. Urge.
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