El acuerdo global alcanzado en la Cumbre del Clima, bautizado ya como el Acuerdo de París, supone un paso de gigante para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero. La propuesta ha sido aceptada en el plenario por todas y cada una de las 196 partes presentes en las conversaciones.
La pregunta, ante tal noticia, nos asiste: ¿es finalmente un acuerdo sincero y comprometido en cambiar nuestra forma de tratar nuestro planeta, o, sin embargo, en realidades es un tratado descafeinado más? "Es una propuesta equilibrada y lo más ambiciosa que ha sido posible teniendo en cuenta la dificultad de satisfacer los puntos polémicos para cada delegación", asegura Teresa Ribera, directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI) de París.
Leyendo el texto, podemos ver que contiene todos los elementos necesarios para abordar, de una forma ambiciosa y revisable en el futuro, la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. ¿Qué supone? Ofrece un marco legal en el que moverse y, además, da una señal clara a la comunidad internacional y a los mercados sobre el mundo que viene en los próximos años.
Activa de forma clara el proceso de reducción de emisiones, con una primera valoración de dónde estamos en 2019 y una primera revisión, en 2020, atendiendo a "la mejor ciencia disponible"; pone en marcha instrumentos de financiación necesarios para el "desarrollo sostenible" del planeta y pondrá el esfuerzo en "erradicar la pobreza". Bajando a lo concreto, el texto hace referencia al fondo climático de 100.000 millones de dólares que los países desarrollados movilizarán a partir del año 2020 y detalla que éste deberá ser revisado al alza antes de 2025.
Ahora bien, no es oro todo lo que reluce. Si atendemos con profundidad al acuerdo, detectamos, así mismo, aspectos que debilitan al tratado con respecto a lo que, en primera instancia, aparentó, en función a lo expuesto en anteriores borradores. Sin ir más lejos, la referencia a las aportaciones voluntarias de los países emergentes al fondo climático o la necesidad de alcanzar el pico de emisiones de cada país "lo antes posible". Además, el documento no habla ya de "neutralidad de carbono", como en el último borrador, y mucho menos de "descarbonización de la economía", una fuerte reivindicación de los grupos ecologistas y partidos verdes a la que se han opuesto frontalmente los países productores de petróleo, liderados por Arabia Saudí.
Estos puntos, entre otros, han sido interpretados, por científicos y ONGs, como un movimiento hacia la inconsistencia, ya que el texto marca un objetivo claro de retener el aumento de la temperatura global "bien por debajo de los 2ºC" y de realizar esfuerzos globales para tratar de acercar dicho aumento a 1.5ºC, pero no marca en modo alguno la senda para lograrlo.
"De cerrarse el acuerdo, el compromiso sellado en París supone un histórico punto de inflexión que sienta las bases del cambio de rumbo hacia las energías 100% limpias que el mundo quiere, y el planeta necesita", aseguraba Emma Ruby-Sachs, directora ejecutiva en funciones de Avaaz, al conocer el borrador que finalmente ha sido aprobado. Para el director de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo, este acuerdo "pone a la industria de los combustibles fósiles en el lado negativo de la historia".
"Cuando vinimos a París, el objetivo de limitar el aumento de temperatura a 2ºC ni siquiera estaba en el texto y hoy estamos hablando de que cita una voluntad de trabajar para avanzar hacia un límite de 1,5ºC para 2100", ha asegurado en rueda de prensa celebrada en la cumbre la ministra de Medio Ambiente española, Isabel García Tejerina.
Para el sector empresarial, también es un buen acuerdo. "Para las empresas el texto es muy positivo porque da una señal muy clara a la inversión a largo plazocon un objetivo muy ambicioso de 2° y incluso bajando a 1,5°", aseguran fuenes del Consejo Mundial de los Negocios para el Desarrollo Sostenible, que aúna a más de 150 empresas multinacionales.
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