martes, 24 de noviembre de 2015

El Intelectual Comprometido: La banalidad del mal

Por Sergio Ruiz 

El terror ha vuelto a atacar. El mal en sí mismo nuevamente nos ha dejado ver su rostro. Más de 120 muertos ha sido el resultado de un nuevo ataque terrorista en París. Esta nueva oscuridad, conocida como yihadismo (cual hydra, con diversas cabezas, llámese Estado Islámico, Al-Qaeda...), amenaza al mundo entero con provocar un nuevo cisma en la historia, lo que algunos ya han aventurado como una 3a Guerra Mundial.

Si bien parece, lo más cómodo y sencillo, asociar el yihadismo a la cultura musulmana, si se mira, con mayor profundidad, encontramos un problema más profundo que va directamente enraizado a la sociedad: la educación.

El acceso a una educación libre y formativa hacia el individuo es algo a lo que una gran mayoría no tiene acceso. Al igual que en la novela de Orwell, 1984, podemos ver como los medios de comunicación (o los líderes religiosos) tienen un gran impacto en lo que el ser humano conoce como "verdad". Al igual que aquel Gran Hermano, o yéndonos a la Grecia clásica,  el mito de la caverna platónico,  lo que uno percibe durante su vida será lo que el asocie como verdadero o, al menos, lo que le resulte más fiable.

La banalidad del mal es el aspecto más pernicioso del fanatismo. Como ya expliqué en el artículo acerca de la filosofía de Hannah Arendt, en los movimientos fundamentalistas y totalitarios (ya sean ideológicos, de carácter religioso...), el hecho de hacer el mal parece justificado, apelando a su fin último: la redención o alcanzar un fin ulterior que este más allá de nosotros mismos (se apela a la Guerra Santa hoy, como se ha matado en nombre del Dios cristiano).

Maquiavelismo puro y duro: "El fin justifica los medios". En distintas etapas de la historia "el enemigo" fueron los negros, en otra los judíos, en la época de los Cruzadas eran los musulmanes (sí, a los que ahora tachamos de terroristas), para la Inquisición lo eran las brujas... es decir, la irracionalidad en su máxima expresión.

El principal error caería en generalizar y asociar el terrorismo de estas élites hacia el pueblo. El Estado Islámico recibe financiación de vender petróleo, que extrae en Irak, en el mercado negro. ¿Quiénes son los compradores? ¿Por qué los medios de comunicación les han dado repercusión? ¿Por qué los medios no se preguntan quiénes pagan al EI, Al-Qaeda o Hamás?

Boko Haram, en África, lleva impartiendo muerte y terror desde hace años, pero en Occidente no tiene repercusión. ¿Por qué aquí no se habla entonces de ello?

Otro aspecto a tener en cuenta en la banalidad del mal, es que la maldad no afecta o indigna a la conciencia global por el hecho de serlo de manera intrínseca, sino en tanto en cuanto nos afecte directamente. Pongamos un ejemplo gráfico: Kapuscinski, el mejor periodista del siglo XX, sostuvo que "Salvo por el nombre geográfico, África no existe". En el continente olvidad, llevamos décadas observando miles de muertes no sólo a manos del terrorismo, sino que también los diamantes de sangre, dictaduras o enfermedades asolan el continente africano. Los señores de la guerra han vendido arsenal de Occidente para hacer negocio en África. ¿Dónde estaban entonces los medios de comunicación para denunciarlo y darles visibilidad? La banalidad del mal, en este caso, recae en el concepto kantiano por excelencia: "el interés".

Estas élites que dominan los mass media, que controlan la economía (armas, medios de comunicación de masas, medicamentos, política, control del gas, del petróleo), son los grandes desconocidos por el mundo. La educación es la verdadera olvidada, la ausencia de una conciencia global no es casual, es algo premeditado y que viene siendo costumbre desde el Imperio Romano: "Pan y circo". ¿Quién se va a preocupar de los muertos en África si puedo estar viendo un Real Madrid-Barcelona?

El terror nuevamente trata de abrirse camino, hemos de actuar con contundencia y resolutividad para detenerlo. No a las etnias o culturas, sino a los terroristas. Para ello, la ONU debe actuar y ser el organo de consenso que lleve a las naciones a buscar la seguridad y el bienestar común... pero no sólo de las naciones occidentales, sino de todo el globo. "Lo único necesario para que el mal triunfe, es que lo hombres buenos no hagan nada", afirmó Edmund Burke. La pasividad es un lujo que no nos podemos permitir. Las miles de víctimas que ha generado, y sigue generando, el terror reclaman justicia. Consentir que la banalidad del mal sea algo trivial, como dijo el filósofo irlandés, pasa por nuestra actitud condescendiente y cómoda. No hacer nada, no tomar decisiones, en realidad, es tomar la peor decisión posible.

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