Por Ramón Rey
En anteriores artículos hablábamos de Marte para especular con la posibilidad de que en un pasado remoto pudiera haber sustentado algún tipo de vida, de que incluso ahora mismo existan “supervivientes” -microorganismos marcianos que lograran sobrevivir al proceso de desertización extremo que sufrió el planeta hace millones de años- e incluso nos permitimos el lujo de imaginar cómo se podrían cambiar radicalmente las condiciones ambientales del planeta rojo para convertirlo en un “Marte azul”, un cuasigemelo de la Tierra listo para ser colonizado por el ser humano sin necesidad de trajes espaciales o de vivir en una gigantesca cúpula que nos aísle de un clima exterior letal.
Hoy vamos a repetir temática pero centrándonos en el segundo planeta del sistema solar en orden de distancia desde el Sol, el planeta cuya órbita más lo aproxima al nuestro. Hablamos por supuesto de Venus.
Afrodita, que así lo llamaban los griegos según su propia mitología, es en algunos sentidos el planeta más parecido a la Tierra. Por una parte completa una vuelta alrededor del Sol (en una órbita casi perfectamente circular, con una excentricidad menor del 1%) en 225 días terrestres, por lo que su año es bastante más similar al nuestro que el marciano con sus casi 687 días, también según la Tierra.
La segunda característica que podría justificar el considerar a Venus como un gemelo de la Tierra es su tamaño. Con un radio de 6051,8 km, un 95% del terrestre, es el planeta más similar al nuestro del Sistema Solar. También la masa, un 81% de la de nuestro planeta, acerca ambos cuerpos celestes y le confieren al Lucero del Alba una aceleración de la gravedad superficial de 8,87 m/s2, o lo que es lo mismo, 0,9g.
Comparativa entre los tamaños de Venus y de la Tierra |
Pero las similitudes terminan aquí, ya que a pesar de que su período de traslación es lo más cercano al nuestro que podemos encontrar, si nos fijamos en la rotación la cosa cambia mucho. En primer lugar hay que decir que Venus gira “al revés”, su rotación es retrógrada, lo que significa que va en dirección opuesta a su traslación: en Venus el Sol sale por el Oeste y se pone por el Este.
Pero esta es la menor de las diferencias que nos encontraríamos de poder estar allí ya además de retrógrada su rotación es lenta… muy, muy lenta. El planeta tarda en completar una vuelta sobre sí mismo aproximadamente 243 días (de los nuestros, claro). Como decíamos que además su período de traslación es de 225 días terrestres la conclusión es evidente: en Venus un día dura más que un año.
Otra diferencia importante es la ausencia de un campo magnético fuerte en Venus, seguramente debido a la lenta rotación del planeta, insuficiente para proporcionarle una dínamo interna. Como consecuencia el planeta queda desprotegido de la radiación solar, pudiendo haber sido al menos en parte responsable de su enorme efecto invernadero, al disociar el agua que se piensa que contuvo el planeta en hidrógeno y oxígeno.
Hay que añadir también que su eje de rotación es prácticamente perpendicular al plano de traslación, con una inclinación de aproximadamente 3,4º. Debido a ello en Venus no existen estaciones como las que tenemos en la Tierra.
Efecto invernadero en Venus |
Estas diferencias son importantes (especialmente en lo que respecta a su lenta rotación y a la ausencia de magnetosfera), pero lo que realmente marca la diferencia son sus condiciones ambientales. Venus está cubierta por una densa atmósfera, tan densa que la presión en la superficie es 90 veces mayor que la terrestre. Una atmósfera que además de impedir prácticamente a la radiación solar alcanzar la superficie, le imprime a Venus un efecto invernadero desbocado, tanto es así que la temperatura superficial es más elevada incluso que la de Mercurio, a pesar de hallarse a más del doble de la distancia del Sol, llegando casi a los 500ºC.
La propia composición atmosférica tampoco tiene mucho que ver con la que disfrutamos en la Tierra, ya que en su mayoría se trata de dióxido de carbono (96%) y de nitrógeno (3,5%), pudiendo encontrarse también vapor de agua (aproximadamente un 0,002% del total), dióxido de azufre y algunos gases nobles. Estas condiciones producen nubes de ácido sulfúrico en los niveles más altos de la atmósfera.
Podemos pues darle la razón a Carl Sagan cuando decía que “Venus el lucero del alba, milenariamente se ha llamado e identificado como Lucifer. La comparación es curiosamente apropiada. Venus se parece mucho al infierno”.
Son estas condiciones infernales de Venus, a pesar de la similitud aparente que tiene con la Tierra, el motivo por el cual Marte aparece como un mejor candidato a la hora de establecer una colonia fuera de nuestro planeta natal.
Sin embargo y tal como vimos al hablar de Marte, en nuestro propio planeta encontramos una variada gama de organismos que han conseguido adaptarse a unas condiciones de temperatura, pH, radiación o salinidad inimaginables, los llamados extremófilos. ¿Es posible entonces que algún tipo de vida haya conseguido prosperar en el infierno venusiano? Por supuesto no hay pruebas de que así sea, pero tampoco es algo que se pueda descartar totalmente.
Además, otra posibilidad adicional es que la vida pueda existir en la propia atmósfera, así como en la Tierra se han encontrado bacterias reproduciéndose en las nubes. Además contarían con la ventaja de la propia densidad de la atmósfera y los compuestos de sulfuro, que protegerían a estas hipotéticas formas de vida de la radiación solar.
Dirk Schulze-Makuch y Louis Irwin, de la Universidad de Texas, han examinado los datos de las distintas sondas que han visitado Venus (Venera, Pioneer, Magallanes), concluyendo que pueden ser un indicativo de la presencia de vida en estas capas altas de la atmósfera. Así, en esos datos constatamos la presencia de sulfuro de hidrógeno (H2S) y dióxido de sulfuro (SO2) que reaccionan rápidamente entre sí, por lo que no son compuestos que se encuentren juntos. Una posible explicación es que exista algo que los esté produciendo de forma contínua.
Gracias a estas sondas se ha registrado también la presencia de sulfuro de carbono, un compuesto difícil de producir con medios inorgánicos. En la Tierra, este compuesto sería considerado un "indicador inequívoco de vida".
Hay que insistir por supuesto en que todo esto no dejan de ser especulaciones y tampoco está claro cómo podrían haber surgido estas hipotéticas formas de vida.
Imagen restaurada de la superficie de Venus captada por la sonda soviética Venera 13 |
Una forma de explicar este supuesto origen sería echar mano de la historia del planeta. Existen modelos según los cuales en el pasado el clima de Venus fue mucho más benigno y hasta parecido al de la actual Tierra. Sabemos que el Sol va aumentando su actividad de forma progresiva y que hace millones de años la radiación que emitía era considerablemente más baja, lo que podría haber permitido la presencia de océanos en Venus y con ellos un posible desarrollo de la vida en el planeta.
A medida que el Sol aumentó su actividad, según Schulze-Makuch, algunas de estas formas de vida pudieron haber conseguido adaptarse a las nuevas condiciones, siendo las nubes venusianas un nicho biológico.
Aunque la vida en Venus no es una idea que atraiga demasiado el interés de la comunidad científica, como decimos tampoco es algo que se pueda descartar totalmente y aún es mucho lo que nos falta por aprender de nuestro planeta vecino.
Por último y al igual que expusimos al hablar sobre Marte, aún existe otra posibilidad a mayores, que consistiría en adaptar el planeta a nuestros propios intereses, pero eso será materia para un artículo propio.
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