Por Ramón Rey
La Inteligencia Artificial (IA) es, desde hace tiempo, un tema recurrente en el cine futurista (normalmente con tintes apocalípticos) y una importante área de investigación para las empresas y laboratorios tecnológicos en todo el mundo.
La humanidad cada vez dispone de dispositivos más eficientes que le ayudan tanto en sus tareas cotidianas, en el ámbito profesional como en sus momentos de ocio, pudiendo desarrollar labores muy concretas y específicas, siendo habitualmente superiores en sus capacidades a las de sus propios creadores. ¿Pero las hace esto “inteligentes?
Esa pregunta es más difícil de responder de lo que pudiera parecer en principio, ya que desde un punto de vista filosófico no sabemos exactamente qué es la inteligencia, hasta el punto de que podemos hablar de distintos tipos de inteligencias.
Seguramente la mayoría de personas con perros que usted conozca, sino usted mismo, le podrán hablar de lo “inteligentes” que son sus mascotas, o por el contrario, de la poca inteligencia que poseen en relación con otros ejemplares de su especie. Y desde luego estos y otros animales enfrentan problemas y siguen pautas de comportamiento con los que esperan conseguir determinados resultados, pudiendo además aprender para así aumentar su éxito, acumulando de esta forma conocimiento.
El término “Inteligencia Artificial” fue acuñado por el informático John McCarthy, Premio Turing en 1971, durante las míticas conferencias de Dartmouth de 1956, en las cuales se plantearon todos los grandes temas que la computación afrontaría durante el siguiente medio siglo.
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John McCarthy, padre del término Inteligencia Artificial |
Las IA que nos encontramos habitualmente están, como ya hemos indicado, muy especializadas, pudiendo hacer frente únicamente a problemas planteados de acuerdo a unas reglas formales muy específicas que le han sido implementadas en su programación. Pero el auténtico reto, la auténtica Inteligencia Artificial sería aquella que pudiera hacer frente a una cantidad ilimitada de problemas de cualquier tipo y darles solución. Porque en último término, eso es lo que hace la mente humana, con mayor o menor éxito.
Los primeros pasos significativos se dieron en la década de los 60, con el desarrollo de programas que podían comprender el lenguaje natural, el más avanzado de los cuales tenía por nombre SHRLDU. Este programa tenía implementado un mundo de colores y formas geométricas, siendo posible plantearle problemas a realizar con esos elementos e incluso pedirle que justificara su conducta.
SHRLDU comprendía razonablemente bien el lenguaje usado, dando esperanzas a sus creadores para poder conseguir una auténtica inteligencia. El plan era ir añadiendo objetos y conocimiento hasta que pudiera manejar la totalidad del lenguaje natural para ir agrandando poco a poco su mundo y poder conversar así de cualquier cosa. Pero esta estrategia rápidamente se encontró con un problema que todavía sigue presente, el problema del sentido común.
Este problema se plantea porque para realizar cualquier acción, por trivial y nimia que parezca, existe gran cantidad de conocimiento implícito que utilizamos de forma inconsciente y que va más allá de las pautas de comportamiento que le podamos implementar a un ordenador. Para comprenderlo echaremos mano de un ejemplo clásico que nos ofrece Douglas Lenat.
Imaginemos que estamos en un restaurante comiendo con un programa dotado de IA y con otro amigo llamado Fred. Supongamos que en un momento dado nos referimos a otra ocasión en la que hemos ido al restaurante y consideremos la siguiente frase: “Fred le dijo al camarero que él quería patatas fritas a la inglesa”.
Cualquiera de nosotros nos podríamos enfrentar sin problemas a una sentencia como ésta y sabríamos lo que se nos está comunicando con ella. Parece sencillo, pero sin embargo hace falta saber bastantes cosas para poder captar la idea:
“La palabra él se refiere a Fred, y no al camarero. Eso sucedía en un restaurante. Fred era un cliente que estaba cenando allí. Fred y el camarero se encontraban más o menos a un metro de distancia. El camarero trabajaba allí y en aquel momento estaba atendiendo a Fred.
Fred quiere patatas en rodajas finas, no en tiras. Fred no desea unas patatas determinadas, sino solo un tipo determinado de patatas.
Fred indica esto mediante las palabras habladas que dirige al camarero. Tanto Fred como el camarero son seres humanos. Ambos hablan el mismo idioma. Ambos tienen edad suficiente para poder expresarse, y el camarero tiene edad suficiente para trabajar.
Fred tiene hambre. Desea y espera que en unos minutos el camarero le traiga una ración normal, que Fred empezará a comer en cuanto le sirvan.
Asimismo podemos suponer que Fred supone que el camarero también supone todas esas cosas.”
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Cortana, asistente Windows 10 |
Del mismo modo que no es lo mismo decir “fuego” señalando a un bosque o a una persona mientras tenemos un cigarro en la boca, todo este tipo de situaciones, habituales en nuestro día a día, precisan de una gran cantidad de conocimiento implícito, contexto o sentido común. Cosas que cualquier ser humano posee (a algunos más bien se les presupone) pero que de momento no hemos podido recrear en un programa de ordenador.
Es por esto que Siri, Cortana o los diversos asistentes que nos podemos encontrar en teléfonos móviles o páginas web pueden ser realmente útiles, pero no son realmente inteligentes.
El propio Douglas Lenant lleva más de 30 años intentando recrear esta cualidad en una máquina. Para ello considera que es necesario dotarla de unas 100 millones de reglas que resumirían el sentido común.
Recientemente, el profesor GeoffHinton, contratado por Google para ayudar a crear máquinas inteligentes, declaró aTheGuardian que la compañía había desarrollado algoritmos para codificar pensamientos que podrían conducir a que las máquinas tuvieran sentido común en una década.
Volviendo con el ejemplo de los perros que poníamos antes podemos considerar pues que estos animales tienen en cierto sentido una genuina inteligencia. Por un lado cumplen la premisa del aprendizaje y una cierta descontextualización, pero es evidente que si hablamos de esa supuesta inteligencia animal, las diferencias son notables como mínimo en lo tocante al raciocinio, a la auténtica comprensión de sus actos.
Pero hay algo más, mientras que en los animales no humanos la consciencia es un tema de debate, es evidente que en las máquinas no se ha llegado a este punto.
Para Guillermo Simari, uno de los organizadores de la International JointConferenceson Artificial Intelligence 2015, las más importantes sobre el tema y que por primera vez se reúne en América del Sur, las declaraciones de Hinton son exageradas. "Es difícil prever si la inteligencia artificial superará a la humana. Para eso las máquinas tendrían que tener no sólo inteligencia, sino también conciencia, y eso no está en el panorama cercano", declaró.
Es precisamente en este punto donde reside la mayor preocupación y los mayores recelos hacia las máquinas dotadas de IA, la posibilidad de que tomen conciencia y nos identifiquen como una amenaza a su propia supervivencia.Skynet, HAL.
Realmente no tenemos mucha idea de lo que es la consciencia, así que intentar reproducirla, de ser posible, no sería una tarea sencilla. Pero con todo y con eso las voces que avisan del peligro siempre están presentes.
Una de las últimas personas en alertar sobre este peligro ha sido Bill Gates, quien en una entrevista concedida este mismo año declaró: “No entiendo por qué no hay más gente preocupada por esta cuestión: la inteligencia artificial es una amenaza real”. Su voz se sumaba así a la de un grupo de científicos y empresarios, entre ellos Elon Musk (fundador de SpaceX) y Stephen Hawking, quienes firmaron una carta abierta en la que se alertaba de los peligros de esta tecnología.
La carta afirma que mientras a corto plazo las máquinas inteligentes podrían dejar a millones de personas sin trabajo (algo, que en realidad lleva años sucediendo), en el largo plazo podría convertir en realidad las distopías que nos enseñan las películas, actuando en contra de su programación, o tergiversándola y eventualmente levantándose en contra de los seres humanos. Musk, ha descrito esta amenaza como algo que podría ser "más peligroso que las armas nucleares".
De un modo similar se pronuncia James Barrat, autor de Our final invention: Artificial intelligence and theend of the human era: “No dirigimos el futuro porque seamos las criaturas más fuertes del planetas, sino porque somos las más listas. Con lo cual, en cuanto haya algo más inteligente que nosotros, nos dominará”.
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