Por Marcos Rivera
No hay día en el que algún líder religioso, formador de opinión, político democrático o jefe de empresa proclame que el sistema de libre mercado es en su esencia inmoral.
Todos hemos oído o pensado que el capitalismo está basado en el egoísmo y la codicia; que fomenta el materialismo, el consumismo, la explotación sin escrúpulos; que trata al hombre como mercancía; que disuelve los lazos familiares y amistosos; que todo lo pone en venta, hasta lo más sagrado.
Además, añaden que un sistema así necesariamente sufre crisis repetidas y crecientes: sus abusos hunden los valores del trabajador, honradez, cumplimiento de los contratos, respeto de la propiedad privada, que hicieron su grandeza; y abren la puerta a pirámides financieras, paraísos fiscales, evasión de impuestos, corrupción de políticos y todo un seguido de conductas inmorales.
Los críticos del capitalismo ya no se atreven a negar que el mercado sirve para asignar correctamente los recursos, vista la desastrosa experiencia de la planificación centralizada en los países comunistas, pero… denuncian que lo hace a costa de fomentar una distribución radicalmente injusta.
Quien crea que la única ventaja de un mercado libre es la de conseguir la mejor asignación de los recursos demuestra que no ha entendido nada de cómo funcionan las sociedades libres.
En su interpretación tradicional, la definición de Robbins del problema económico es incompleta. No se trata de cómo casar “fines humanos con medios escasos de uso alternativo”. No se trata de satisfacer fines expresos asignando unos recursos dados.
Sin duda, una de las críticas más feroces que el sistema capitalista recibe es la relativa a la explotación, concretamente a la explotación laboral, por parte de los empresarios sobre los trabajadores. Se llega incluso a afirmar que las riquezas y el progreso que actualmente disfrutamos no es producto de un sistema más eficiente que otro, sino que es resultado de muchos sufrimientos, tales como la explotación, el colonialismo o el imperialismo.
Sin embargo, como veremos, tal afirmación es falsa, entre otras cosas, porque el sistema capitalista tiene como fundamento la libertad económica y los acuerdos voluntarios entre particulares, en la que si un empleado se siente explotado puede perfectamente dimitir de su puesto de trabajo e irse a otro, donde el esclavismo y conceptos similares no tienen cabida.
Ni los fines humanos son patentes ni los medios son conocidos. En primer lugar, los gustos y necesidades de los consumidores hay que descubrirlos. Los enemigos del mercado acusan a fabricantes, distribuidores y publicitarios de crear necesidades frívolas. Muy al contrario, esos deseos existen pero nadie los conoce. Por eso la mayoría de los productos lanzados al mercado fracasan.
En segundo lugar, los recursos no están ahí a la vista de todos, también hay que descubrirlos y recombinarlos. El economista estadounidense Paul Romer dio hace poco un ejemplo de recombinación novedosa: el dueño de una cadena de comida rápida tuvo la ocurrencia de usar tapas del mismo diámetro para cubrir recipientes de café capuccino de distinta cabida: esa forma de reducir costes solo se ha hecho evidente tras ponerse en práctica. ¿No se comunican los críticos del capitalismo sus eslóganes por YouTube o por Twitter?
Supongamos que comprenden lo que es la asignación óptima de recursos. Por donde no pasan es por la distribución desigual que dicen trae consigo el capitalismo. Para ellos es obsceno que haya personas que ganen tanto dinero como Ronaldo o Zuckerberg. ¡Claro que quienes aciertan a ofrecer productos de éxito se hacen ricos, mucho más si la mundialización les permite conseguir millones de admiradores y clientes! La desigualdad de sus ingresos fomenta una satisfacción más igual de la humanidad en su conjunto. Lo obsceno sería que hubiesen obtenido su fortuna gracias a favores del gobierno, como el mexicano Carlos Slim.
Aquellos que tanto critican la explotación fabril o capitalista que piensen en esta cuestión: si realmente estos trabajadores no estuviesen contentos con su trabajo no destruirían las máquinas que supuestamente les iban a quitar el puesto. El ludismo muestra que la situación era al contrario: no podían permitirse perder un trabajo más estable que los demás y con un sueldo más alto que los demás.
El progreso de la humanidad
El capitalismo no solo mejora la situación de los pobres sino que también ayuda a elevar el nivel de vida del conjunto de la humanidad. Las Naciones Unidas vienen publicando desde 1990 un Índice de Desarrollo Humano, mejorado en 2014. Ese IDH no se conforma con medir el bienestar de las poblaciones de los distintos países con el PIB per cápita. Añade otros dos factores: la esperanza de vida al nacer y la mejora de los conocimientos, medida por la alfabetización y la escolarización. La mejora ha sido notable, no solo en el Tercer Mundo sino también en los países avanzados. Presento una selección indicativa del progreso de la humanidad bajo la nefanda influencia del capitalismo.
La distancia entre la realidad de los hechos y el lagrimear de los críticos necesita explicación. Algo lleva a que el rechazo del libre mercado tenga tanto éxito. ¿Qué es? En mi opinión, la gente no comprende bien la moral del mercado. ¿Cómo ha hecho más bien a la humanidad Bill Gates: lanzando la Fundación Bill & Melinda Gates o creando Microsoft junto con Paul Allen? La Fundación es una institución notable. No solo han donado los esposos Gates 28.300 millones de dólares a su Fundación sino que han lanzado con ella un nuevo modo de hacer caridad, el filantrocapitalismo, por el que se aplican los cánones de la gestión de la empresa al mundo de la filantropía.
Con todo, nadie se atreverá a negar que lo hecho por la humanidad por Microsoft, con el lanzamiento de los PC (siglas de los computadores personales y no del Partido Comunista), y la creación del sistema operativo MS-DOS y su extensión gráfica Windows, es mucho más de lo que nunca podrá hacer la Fundación Gates. Y lo mismo puede decirse de Steve Jobs y su Macintosh o de la contribución de Apple.
La pregunta fundamental es por qué son muchos los que creen que quienes se han enriquecido con estos productos y otros favorecidos por el público deben “devolver a la sociedad algo de lo que han recibido de ella”. Me parece muy bien que esas personas gasten su dinero en proyectos magnánimos como los de Gates, pero no porque deban nada a la sociedad, que les pagó estrictamente por lo que recibía de ellos.
En un ensayo de los economistas Clark y Lee (2011) dan razón de por qué se considera que esas inmensas fortunas obtenidas en mercados de libre competencia parecen inmorales. Clark y Lee lo explican distinguiendo entre la moral de las relaciones personales y la moral de los negocios. Hay que reconocer que en las sociedades progresivas coexisten dos éticas en materia de ayudar a los demás: la moral magnánima y la moral mundana. La moral magnánima consiste en ayudar a los demás ex abundantia cordis, por generosidad del corazón hacia quien necesita apoyo. Son tres las características de la ayuda magnánima: (1) que se lleve a cabo intencionadamente, (2) que comporte sacrificio personal y (3) que se dirija a beneficiarios identificables.
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