Por Carlos Navarro
En 2011, una nueva fuerza hizo acto de presencia en el pináculo del tenis mundial. Aquel tenista que se presentó al mundo en el Open de Australia de 2008, el mismo que dudó de sus posibilidades de irrumpir en una era marcada por la firmeza de dos de los mejores tenistas de la Historia; un joven cuya madurez y mentalidad aún no era la de un adulto. Pero en aquel 2011, Novak Djokovic reclamó su trono y puso los primeros cimientos de lo que él quiere sea su era; interrumpida a veces por las lógicas inercias ganadoras de Federer (año 2012) y Nadal (año 2013) pero al fin y al cabo, su era.
Aquel año 2011 hubo una cosa que a todos nos sorprendió; más bien, nos dejó impactados. La mirada del serbio desprendía hambre. Competitividad. Fuerza de voluntad. Ambición. Aquella mirada era la de un chacal que se sabía -casi- intratable, bajo cualquier superficie, en cualquier escenario; un chacal con una mentalidad hercúlea y un físico privilegiado. Aquel demoledor inicio de temporada y la consecución de 3 de los 4 Grand Slams hizo que nacieran múltiples corazonadas: que si una nueva era había comenzado, que si Djokovic era la evolución de Federer y Nadal, y que si el tiempo de estos dos jugadores había acabado. Múltiples elucubraciones que, sin embargo, han quedado abiertas en el tiempo debido al mejorable empeño en Grand Slams de Nole.
Han pasado cuatro años desde entonces y hoy en día, Roger Federer tiene 34 años pero se mantiene en la cresta de la ola, haciendo un tenis explosivo y vivaz que encuentra su mayor kryptonita cuando el partido se alarga a las 3 horas; Rafael Nadal, tras un 2013 espectacular, intenta escapar de una dinámica negativa post-lesión resguardándose en aquello que le da vida, la tierra batida; Andy Murray ha vuelto a ser aquel sólido guardaespaldas del big-3, con lo que esto conlleva (sus enormes virtudes… y sus defectos), y varios outsiders de una generación que muchos daban por perdida comienzan a añadir firmeza a sus tardíos pasos (Nishikori o Raonic). Pero a todos estos jugadores los domina alguien que se sabe casi invencible. Alguien que ha recuperado su mirada de chacal, lo cual significa que ve a cualquier rival desde una visible superioridad antes de que comience el partido; el primer hombre en la Historia del tenis capaz de ganar los 3 primeros Masters 1000 del año (además del Open de Australia). Djokovic ha ratificado su estatus de nº1 y, hoy en día, nadie parece capaz de pararle los pies. ¿Es real tan abrumante sensación de superioridad? ¿Es -casi- invencible Novak Djokovic?
Bajo mi punto de vista, y es algo que veo refrendado tras ver cómo ha acontecido la semana en Monte-Carlo, hay dos distintas versiones de Novak Djokovic sobre los cuales montar cualquier debate. Está la versión A), aquella que en 2011 sodomizó el circuito. De esta versión, habiendo mencionado ya su mirada de chacal, destaco dos cosas que la hacen merecedora de tantos halagos:
La capacidad de Djokovic de cubrir toda la pista y golpear con sentido desde cualquier lugar: Nole es capaz de cubrir cada pulgada de la pista y lanzar un golpe que lleva veneno desde ahí. El otro día leí a Brad Gilbert comparar este tema con la solidez desde la ‘baseline’ que tenía Agassi y, sabiendo las muchas coincidencias que podemos encontrar entre ambos, el nivel de Djokovic en este sentido me parece superior, por el simple hecho de que su flexibilidad le permite llegar a muchas más bolas, dejándolo en situación de lanzar un contraataque que, en la mayoría de ocasiones, se convierte en una manera de tomar el control del punto.
La clínica precisión: la precisión no es más que el fruto de una confianza casi exagerada. Cuando Nole la posee, sus golpes desde el fondo de la pista se vuelven lanzas que se clavan en las líneas con una facilidad tremenda. Como muestra, el siguiente punto:
Novak arrincona a Nadal en una esquina de la pista, teniendo el control del punto, para luego variar y sorprender con una dejada que pasa muy cerca de la red; incluso cuando Nadal llega y hace un gran contrapié, Novak es capaz de recolocarse y, con un toque de muñeca, poner un globo profundo que le vuelve a dar el control del punto. Control, precisión. Dominante.
Cuando Djokovic muestra esta versión, cuando está en su prime, su tenis me parece de otro planeta. Un tenis igual de dominante que, por ejemplo, aquella versión 2005-2006-2007 de Federer. Pero, ¿y cuándo Novak gana sus partidos más con el corazón que con el tenis? ¿Por qué, aún así, no es un top-10 capaz de pararlo?
La versión B de Novak Djokovic sigue siendo una brutalidad, ya que muestra su cara más defensiva; su tenis es más corto y carece de la vivacidad de sus contra-golpes, pero sigue siendo ultracompetitivo. Ahora bien, el candente debate que se viene produciendo en el mundo tenístico últimamente es por qué esta versión también le sirve para ganar a los que son considerados los mejores tenistas del mundo. Esto, para mí, no se debe a otra cosa que la cabeza del serbio y la cabeza de los Berdych, Tsonga o Cilic, jugadores que tienen el tenis para hacer sufrir a Nole pero que acusan unas lagunas mentales que no les permiten créerselo. En este caso, no cabe duda que el circuito sufre la falta de jugadores que, en un día on-fire, eran capaces de derrotar a cualquier jugador, en cualquier momento (Safin, Nalbandián o Blake). Pero no es menos cierto que la regularidad de los grandes de hoy en día te exige estar alerta en cada torneo, y más viendo cómo los jugadores mencionados antes (sobre todo Berdych) se acercan día tras día a lo que se les exige. Cada era tiene sus ventajas y desventajas, y ésta, con Novak al mando en 2015, no es menos.
En conclusión; la versión A de Novak Djokovic, hoy en día, es inferior a pocos tenistas hoy en día; un nuevo renacimiento de Nadal en Roland Garros, o Federer en Wimbledon. Pero todos sabemos que esta versión no es vitalicia, y que Novak tendrá muchos días en los que el plan A no funcione. Entonces, ¿será su entereza mental y su mirada de chacal suficiente? Con Roland Garros en el horizonte, sólo Novak tiene la respuesta. La competitividad del circuito le obliga a estar alerta. Nadie está a salvo.
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