“No más recortes”, fue el lema de Andonis Samarás y su derechista Nueva Democracia en las elecciones europeas de mayo. No calculó la impasibilidad de la troika (FMI, BCE y Comisión Europea), que luego, el pasado otoño, no cedió un palmo a la queja samaritana: “No nos quitéis la alfombra bajo los pies”.
La torpeza es de manual. ¿A quién se le ocurre ser inflexible cuando las centrales de Washington, Fráncfort y Bruselas ya predican menos austeridad y mucha más inversión?
¿A quién exigir un alza del precio de los medicamentos en plena catástrofe sanitaria, con cierre de policlínicas, caída anual del 9% en el gasto sanitario, (todos y cada uno de los años desde 2009), copago creciente y desabastecimiento general de fármacos? ¿O rebajar más las pensiones, cuando ya se hizo en 2011 (de un 20% a un 40%) y en 2012 (del 5% al 10% adicional)? ¿Querían machacar al único líder pro rigor presupuestario aún capaz de liderar?
Nadie serio discute la necesidad de cuadrar cuentas. Pero nadie que no sea un frívolo puede sostener que la troika no se pasó de rosca sobre el terreno en este empeño, como el típico profe que solo amenaza con el suspenso al mal estudiante (y Grecia siempre lo fue) pero jamás le ofrece clases de refuerzo. Lo peor es que todos estaban advertidos de ese mal desempeño. Y se vio que no lo modificaban.
Un sesudo estudio económico sostuvo que en el primer rescate “las presunciones de la troika” sobre la rápida recuperación de la economía griega “se demostraron irreales” (“EU-IMF assistance to euro area counties, an early assesment”, mayo 2013, www.bruegel.org).
Y el Parlamento Europeo concluyó que fueron “erróneas”, en su informe 497.744, febrero de 2014. Su coordinador, el eurodiputado socialista español Alejandro Cercas acusó a los de la tripleta de actuar más como “carniceros” que como “cirujanos”.
Además, las tres instituciones involucradas se enzarzaron en una terrible disputa desde que en junio de 2013 un informe confidencial del FMI formuló una severa autocrítica: el rescate “asumió inicialmente un multiplicador de solo el 0,5%” —o sea, que cada punto de recorte en el gasto solo supondría medio punto de caída del PIB—, algo “demasiado optimista”.
Poco importa quién de los tres llevase la razón. La cuestión clave es que una política que pudiera incluso compartirse, si se aplica tan erróneamente, fabrica descalabros sociales. Y pues, para exigir obediencia ciega a quien la dictó, se requiere al menos un mea culpa en regla. Que aún está pendiente.
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