lunes, 25 de abril de 2016

Nepal: Año Uno de la resurrección

Vía El Mundo, por Víctor M.Olazabal

Si se callejea por el casco antiguo de Bhaktapur es fácil ver cadenas humanas que transportan piedras, hombres tirando de carretillas con cemento, mujeres limpiando ladrillos viejos, ancianos desclavando maderas. Con una fuerza que los terremotos no consiguieron sepultar, algunos vecinos han decidido empezar a reconstruir sus casas, su pueblo, su vida. Son nepalíes cansados de promesas que no llegan, de esperar una reconstrucción oficial invisible en el primer aniversario de la tragedia.


 El sol no da tregua y Suresh Chawal, de 32 años, rehace su hogar con la ayuda de amigos. "Las casas son inestables. La gente todavía tiene miedo, pero hay quien ha vuelto a ellas porque no tiene otra opción", cuenta mientras se enfunda unos guantes para trabajar. Él duerme en una vivienda cercana; sus padres, en tiendas de campaña de Cruz Roja. Hacen vida en el hogar, pero al caer la noche bajan a las carpas instaladas en la plaza. No quieren que un derrumbe interrumpa sus sueños.


"La próxima vez que vengas mi casa estará terminada", dice Suresh. Un apretón de manos sella ese compromiso y después aprovecha para ofrecerse como conductor o traductor, lo que sea. De alguna manera tiene que pagar esta obra y no quiere hacer como otros que se han metido en créditos, deudas a las que acabas atado.

Ha pasado un año de los seísmos de 7,8 y 7,3 grados que castigaron Nepal. Golpes que dejaron casi 9.000 muertos, 22.000 heridos y un millón de casas destruidas o dañadas. Los daños totales se estiman en 6.200 millones de euros y la ayuda donada por la comunidad internacional apenas supera los 3.600. No hace falta ser matemático para ver que las cuentas no salen.

El Gobierno teme que esas cifras se repitan en una futura sacudida. Por eso quiere que las nuevas estructuras sean resistentes. Bajo ese deseo, una advertencia: quien actúe por su cuenta, sin las directrices oficiales, no recibirá los 1.600 euros prometidos. Las autoridades empezaron a repartir pequeñas cantidades en algunos de los 31 distritos afectados, pero esas dosis llegan con cuentagotas a pocas familias y se evaporan tapando agujeros o con compras diarias. No sirven para construir un proyecto de futuro, para empezar una nueva vida. Hoy en Nepal es más fácil encontrar al yeti que a alguien que haya podido salir adelante con pagos de 160 euros.

La ausencia de documentos de propiedad supone un problema a la hora de reclamar las ayudas, sobre todo para las mujeres que vivían en viviendas a nombre de sus maridos difuntos. A eso hay que añadir los obstáculos para determinar quién ha sido realmente afectado; no son raros los casos de familias que afirman tener varias casas o que cada estructura derribada en su terreno era una vivienda.
 
La Autoridad Nacional de Reconstrucción asume que las casas no estarán en pie cuando llegue el monzón. El Gobierno también se toma con calma la reparación de los monumentos emblemáticos, una misión a cargo del Departamento de Arqueología. 
Las gestiones se han visto afectadas por la inestabilidad política de un nuevo Gobierno, una nueva Constitución, una prolongada crisis por las protestas en el sur del país y acusaciones de corrupción en el uso de los fondos.

A Rajana Shrestha, de 36 años, las causas le importan poco. Ella, sencillamente, se cansó de esperar. "El Gobierno nos ayudó con los asentamientos pero ya no queremos vivir más allí. No podemos más", dice. Está empezando a limpiar el terreno en el que estaba su hogar, en un callejón de Bhaktapur. Toda la familia colabora al ritmo de un imitador de Justin Bieber que suena en la radio.

Organizaciones como Cruz Roja o Plan Internacional y autoridades locales llevan a cabo talleres de formación para albañiles y carpinteros con el objetivo de construir estructuras más sólidas. La idea es que sean los nepalíes quienes levanten su propio país. Al menos 30.000 han empezado a hacerlo por su cuenta. Una minoría entre los afectados.

Cruz Roja calcula que cuatro millones de personas siguen viviendo en refugios temporales, asentamientos o estructuras de aluminio. "A nivel de vivienda familiar no se ha avanzado al ritmo al que se debería", afirma Virginia Pérez, responsable del programa de protección de la infancia de Unicef en Nepal, que cree que hace falta más esfuerzo para que la población pueda tener alojamientos duraderos en sus lugares de origen.

En Katmandú, los campamentos de desplazados han disminuido notablemente -aunque algunos como el de Chuchepati perviven- y la mayoría de la gente, se fíe o no, duerme en su casa.

La vida sigue en Katmandú

La capital de Nepal ha vuelto a la normalidad, un concepto que no deja de ser relativo. Algunos barrios se vieron afectados pero Katmandú no vivió la devastación que sobrevuela el imaginario colectivo. Aun así es difícil entender cómo algunas estructuras aguantaron (y aguantan).

Hoy el tráfico sigue siendo ensordecedor -parece que regalan motos- y la ciudad no ceja en su empeño de entrar en el podio de las más contaminadas del mundo. Las heridas del terremoto se pueden ver en el Tribunal Supremo, que presenta dos caras: una mitad de la fachada intacta y la otra, que se derrumbó por completo, ha sido reedificada de manera imperfecta ladrillo a ladrillo.

En la plaza Durbar, los templos y palacios que quedan en pie se sujetan con vigas de madera, meros alfileres si la tierra vuelve a rugir de nuevo. Pero la vida ha resurgido entre las ruinas: al caer el sol los jóvenes se reúnen en la plaza mientras los comerciantes y los conductores de rickshaws han vuelto a instalarse junto a los templos, como si hubieran olvidado que eso le costó la vida a muchos de sus compañeros cuando los monumentos históricos se desplomaron sobre ellos. "Claro que tengo miedo de que se caigan, pero por aquí pasa mucha gente y necesito vender esto", dice con una lógica aplastante Binuka, mientras ordena los artículos de higiene y peluquería que ofrece en su manta.

El trabajo de las ONG se ha centrado en las zonas más castigadas de distritos como Sindhupalchowk o Dolakha. Al envío de ayuda de emergencia siguió la instalación de centros médicos, retretes, escuelas de bambú o estructuras de suministro de agua y saneamiento. Se construyeron para ser temporales; un año después siguen siendo la asistencia más tangible que han visto los vecinos.
 
"Todavía estamos reconstruyendo senderos comunitarios, carreteras y puentes de madera que quedaron destrozados con avalanchas y deslizamientos de tierra. Nuestros porteadores llevan productos del Programa Mundial de Alimentos a las zonas montañosas", afirma Ang Tshering Sherpa, presidente de la Alianza Climática de las Comunidades del Himalaya.
 
El envío de material humanitario se ha visto cercenado por el bloqueo de cinco meses en la frontera con India. El precio desorbitado del combustible redujo al mínimo los transportes internos, mientras centenares de camiones, cargados con toneladas de esperanza, permanecían aparcados en los pasos fronterizos. Los nepalíes culpan a Delhi de generar esa situación y a Katmandú de no haberla solucionado a tiempo.

El bloqueo acabó en febrero, pero en la ciudad son habituales las colas de vehículos para recargar el depósito. "El litro vale 0,80 euros y dos horas de espera. En el mercado negro no hay cola, pero vale el doble", explica Deepak Khadka, un taxista de Dolakha que lleva cinco años en la capital. Él prefiere esperar y pagar menos, ya se dejó bastante dinero en invierno cuando el litro llegaba a los 5 euros.

Un cuarto de los nepalíes vive con menos de 1,25 dólares diarios y gasta un 60% de sus ingresos en alimentos. Tras los seísmos y el bloqueo, se estima que 700.000 personas han caído bajo el umbral de la pobreza. "El impacto del bloqueo ha sido dramático, muchísimo mayor que el del terremoto", señala Pérez, de Unicef. 

Tres victorias tras el desastre

Parece mentira, pero entre la nube negra que ha sobrevolado Nepal el último año es posible rescatar conclusiones positivas. La responsable de la protección de la infancia destaca tres victorias: "la primera es que no haya habido casos de cólera, algo que podía haber causado más bajas que el terremoto. Tampoco ha habido un retroceso en los niveles de malnutrición infantil, consecuencia habitual en contextos de desastres. Y la tercera es haber minimizado el tráfico de menores tanto interno como externo".

El Gobierno nepalí está investigando si es real una supuesta red de tráfico a Reino Unido que ha saltado a los medios en las últimas semanas. La postura de Unicef es tajante: no hay indicios de que haya aumentado la trata después del seísmo. Más teniendo en cuenta que los datos anteriores eran "muy poco fiables" por unos mecanismos de registro "débiles".

"Hemos pasado de tener algunas intervenciones sin coordinación, sin datos, sin visibilidad, a tener un sistema en el que participan ONG, policía, asuntos sociales y autoridades locales totalmente conectadas", asegura Pérez. En total, 1.851 personas han sido interceptadas en alguno de los 86 puntos para controlar la trata de personas. La ONG Maiti Nepal eleva la cifra a 4.500.
 
La esperanza del turismo

Entre los sobresaltos de las réplicas, los nepalíes viven con el trauma de que llegue el próximo terremoto que los expertos les han anunciado. Pero no quieren contagiar ese miedo a los extranjeros. El turismo se traduce en empleo. Y el empleo, en dinero.
 
Nepal no saldrá nunca de la lista de países más pobres del mundo si se muere la vaca de la que vive gran parte de su población. En 2015, la nación del Himalaya tuvo su peor dato en seis años: 540.000 turistas, 30% menos que en 2014. El sector, poco a poco, se recupera de ese mazazo.

El histórico Café Nyatapola con vistas a la pagoda más impresionante de Bhaktapur ha reabierto. Eso sí, ahora añade "Nuevo" en su nombre. En las calles, los vendedores y guías persiguen a occidentales con el dólar tatuado en la frente. Como siempre, la oferta supera a la demanda.

En la emblemática plaza de los alfareros, las cerámicas vuelven a secarse al sol. La escuela de arte se encuentra abierta de par en par. Está repleta de alumnas con lienzos entre sus manos. "En Nepal hay muy poco empleo, esperamos que con esta escuela algunos jóvenes consigan trabajo pintando", afirma el profesor Saroj Paudel. 

Thamel, el barrio de mochileros de Katmandú, tiene la vida que acostumbra por estas fechas, aunque los dependientes se quejan de que la gente no compra tanto. Qué van a decir, claro. Los hoteles reconocen que tienen menos demanda que hace un año, pero más que en la temporada de octubre. El mensaje de Keshav Raj Wagle, director de la agencia de senderismo Advance Adventure, no puede ser más claro: "Nepal es completamente seguro así que, por favor, venid a visitarnos, así el país saldrá adelante"

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