Por Marcos Rivera
Japón, a pesar de ser la tercera economía del mundo, atraviesa un momento particularmente complicado. Mientras las grandes economías van saliendo de la crisis marcando tasas de crecimiento del PIB en orden creciente, el antiguo Imperio del Sol Naciente se sumerge en lo que podríamos denominar la "tormenta perfecta": bajo crecimiento, tipos de interés cero, inflación nula y altísimo endeudamiento.
Tras más de dos décadas de estancamiento económico y de un fuerte proceso deflacionario, el Gobierno japonés presidido por Shinzo Abe puso en marcha en 2012 una estrategia fuertemente expansiva desde el lado de la política fiscal, combinada con una acción monetaria sin precedentes por parte del Banco de Japón (BoJ) para estimular la demanda agregada.
Abenomics, como se bautizo a la política impulsada por el primer ministro, tuvo como propósito acabar con la deflación y alcanzar el 2% de inflación para final de año. Pero, el estado contaba con una trampa difícil de superar, el crecimiento del PIB nominal de Japón ha sido prácticamente cero en los últimos 25 años, es que es el miembro de la OCDE con mayor deuda pública; supera el trillón de yenes -8,5 billones de euros- y el 240% sobre el PIB.
Los efectos cortoplacistas de estas medidas se dejaron notar al comienzo, aunque no en el sentido en que Abe y los manuales keynesianos predicen. En términos de PIB, la ganancia es poco más que ridícula: ha pasado de crecer un 2,7% en 2013 a un 1,6% en el tercer trimestre de 2015, mientras que en 2016 se espera que la tasa de crecimiento se vaya hacia el 1% a final de año.
El escaso efecto sobre el PIB (incluso en términos cortoplacistas) puede verse también en otras variables macroeconómicas como el empleo, la productividad, los salarios o el paro juvenil.
En primer lugar, el empleo en porcentaje de la población en edad de trabajar se ha reducido entre los años 2013 y 2014 hasta quedarse estancado en 2015 en el 59,71%.
En segundo lugar, la productividad se hunde por debajo de 100 (índice donde se sitúa la referencia), lo cual significa que unidades adicionales de trabajo completo por hora generan cada vez menos PIB (95,95 esperado para finales de 2016).
En tercer lugar, los salarios siguen subiendo en todas las ramas productivas, pero especialmente en el sector industrial. En tasa mensual, los salarios crecen al 0,7%, muy por encima de la tasa de inflación. Este incremento de los emolumentos al trabajo es explicable en términos de la devaluación extraordinaria que está sufriendo el yen con respecto al resto de divisas.
En este sentido, la pérdida acelerada de poder adquisitivo lleva a peticiones de incremento de salarios por encima de la inflación, alimentando este proceso aunque no sea su causa.
El paro juvenil apenas se reducirá en medio punto porcentual de la población activa. La tasa de paro general permanece estable en el entorno del 3% incluso con probabilidad de descender entre 2017 y 2018
Un país que lleva años perdiendo habitantes, hasta el nivel actual, el más bajo desde el año 2000. No solo pierde habitantes, sino que envejece muy rápido.
El segmento entre 15 y 65 años ha caído en cuatro millones de personas desde 2008, mientras que los habitantes con más de 65 han aumentado en la misma cantidad. Por eso el país se deja casi el 30% del presupuesto en Seguridad Social y pensiones.
El ministro Akira Amari culpa a la falta de “trabajadores cualificados disponibles para construir crecimiento” y a “la lenta inversión pública”, cuando el problema es mucho más grave.
Al hundir los salarios reales con la política monetaria y aumentar los impuestos, se destruye la demanda real potencial y la confianza de los consumidores se desploma. Las empresas no invierten más.
La inversión productiva ha caído un 1,3% en este último trimestre.
Este problema estructural no lo cubre el gas de la risa monetario. De hecho, lo empeora. Al hundir los salarios reales, la capacidad de las generaciones jóvenes de gastar, tener hijos y mejorar la actividad económica se desploma.
Ahora, a ese problema estructural se añade un banco central que consume más de la mitad de todos los activos de riesgo. La Gran Ballena del mercado japonés no es un 'trader' alocado, es el Estado.
Algunos dirán que da igual, que con seguir imprimiendo no pasa nada y que, si no funciona, solo hay que imprimir más. Qué curioso. Lo que dijeron con los seis planes de estímulo anteriores a Abenomics. “Esta vez es distinto”. Y no, no lo es.
Como vemos, en Japón se está poniendo en evidencia que la represión financiera no produce ninguno de los efectos deseados. Sí, el paro es bajo en Japón, pero ya lo era antes de Abenomics. Mientras, la deuda se dispara.
Japón es la prueba de que los que piden “relajar el déficit” para relanzar la economía y políticas monetarias se equivocan.
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