Llegaba el Real a la eliminatoria de Champions con sensaciones encontradas. Tras el Clásico, parecía que la Liga había dado un enorme paso hacia la Ciudad Condal, pero el Madrid se supo superior al rival, dominando el Camp Nou y reduciendo al mínimo el temido ataque azulgrana. Total, que si uno además miraba al hecho de que el Madrid había recuperado a sus mejores jugadores, a los pilares de este sistema de los 2 Puentes que tan buen fútbol nos ha dejado (Modric, Ramos y James, por orden de importancia), imperaba en el ambiente una sensación de que ni tan siquiera la mala dinámica de los últimos derbis podía con este equipo. Es la Copa de Europa, competición que lleva bañada sangre vikinga desde que Di Stéfano la hiciera grande, y ya los guerreros de Simeone sucumbieron una vez de la manera más épica posible.
La ida fue gigante. Preciosista. La culminación del Sistema de los dos Puentes de Carlo; un escaparate de lujo para que se exhibieran los mediocampistas y un Ramos, que conforme la temporada acelera y llega a esta instancia, se crece hasta convertirse en algo más que un defensor; alguien que es capaz de acelerar jugadas, batir líneas de presión y erigirse en el líder de su equipo desde la posición de central. Pero fue el día de Kroos, Modric y James; el croata brilló ensanchando el campo y siendo el receptor de los envíos de Toni, mientras James revoloteaba en 3/4 con veneno en su zurda. El Madrid se sentía cómodo; tenía la pelota y no permitía al Atlético crecer desde los rechaces y las segundas jugadas. Además, cuando superaban mediocampo, aparecía Varane, que pegó un puñetazo en la mesa y se impuso a Mandzukic por primera vez en lo que llevamos de temporada. Sin embargo, a pesar de que el Madrid puso sobre el tapete el fútbol más espectacular de 2015, faltó de nuevo la pegada. La BBC no fue capaz de mandar al fondo de las mallas las ocasiones que generaban el trío de centrocampistas, y cuando parecía que lo iban a conseguir… aparecía Oblak. Siempre Oblak. Entre el esloveno y la falta de precisión en los metros finales de la BBC, el Atlético salió vivo y crecido del Calderón. Ni tan siquiera la exhibición de Ramos, Kroos, Modric y James, pudieron derrumbar el entramado cholista. Meritorio… pero quedaba toda la vuelta por delante.
Al Bernabéu se llegó con los papeles totalmente cambiados. Días atrás, el Madrid perdía ante el Málaga el jugador que da sentido a los puentes. Luka Modric, el generador de fútbol de la máquina blanca, de nuevo caído; Gareth Bale y Karim Benzema, también confirmados como bajas. A Carletto le tocaba mover ficha para corresponder la llamada en masa de la afición madridista, que aún con todo en contra confiaba en la magia del Bernabéu y de la Copa de Europa para pasar a semifinales. Pero Ancelotti no es el mediocre que muchos quieren hacernos ver. Probablemente, desde que cayó Modric, se sentó en su despacho, comiendo su bocadillo de panceta de cada día, y vio desplegado el abanico de opciones para sustituir al croata y, aún así, ver sus puentes no tambaleados. El káiser de Camas se presentó en el despacho y ambos tuvieron una idea. Y qué brillante idea. Un jugador definido por su convicción y falta de miedo antes los momentos importantes; lo que podría ser un importante defecto es, a ojos de Sergio Ramos, su mayor virtud. Ramos al interior derecho, y Carletto dejó atrás su libreto preciosista para activar el Plan B: control total, minimizar riesgos, desactivar a Mandzukic y dominar con la pelota un partido hasta encontrar alguna rendija abierta en la tela de araña rojiblanco. Los fallos fueron de Saúl, descolocado en el mediocampo; por las rendijas se coló James en una primera parte donde el Real volvió a tener el control. Ramos, a pesar de no tener la agilidad y la fluidez con el balón que tiene Luka (lógico, ¿quién la tiene ahora mismo en el fútbol mundial más allá de Messi?), sirvió como apoyo a Kroos: interpretó cuándo abrirse, cuándo cerrarse, cuándo tirar apoyos y cuándo incorporarse al área. Como si Sergio fuera interior derecho de toda la vida. El joker de Carletto funcionó y la mística del Bernabéu hizo el resto. Cuando Arda Turan vio el camino de los vestuarios, los 11 vikingos sabían que tenían que apretar. Así lo hizo Cristiano, que recordó a aquel extremo imparable del United con una cabalgada veloz; así lo hizo James, que volvió a dar ese último pase, destilando magia por su zurda, y así lo hizo Chicharito, ratón de área y coraje y la profesionalidad encarnadas en un delantero: su gol volvió a ser el aliento de fé de todo un Bernabéu que sabe que, cuando se trata de la Champions League y el Real Madrid, puede creer hasta el último segundo.
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