domingo, 15 de marzo de 2015

Bécquer se deshace de su leyenda

Vía El País

“Los invisibles átomos del aire / en derredor se agitan y abrillantan (No, “en derredor palpitan y se inflaman,”) / el cielo se deshace en rayos de oro, / la tierra al respirar arroja llamas (No, “la tierra se estremece alborozada”) / Oigo flotando en mares de armonía”. (No, “Oigo flotando en olas de armonía”. No, “Oigo vibrar en olas de armonía”. No, “Oigo flotando en olas de armonías”).

Silencio. Es Bécquer, domando las palabras. Vuelve para aclarar su verdadera vida envuelta en mitología romántica y malentendidos que lo ungieron en escritor maldito, para susurrar sus rimas en el orden en que él las quería pero que sus amigos cambiaron creando la idea falsa que se ha popularizado, y para contar lo que esconden sus leyendas en prosa con las cuales abrió una ruta para la literatura contemporánea.

Gustavo Adolfo Domínguez Bastida Bécquer (17 de febrero de 1836-22 de diciembre de 1870) es el gran poeta del tardorromanticismo español e iniciador de la modernidad que desde muy pequeño tiene de su parte la leyenda de artista malogrado (con su hermano Valeriano quedan huérfanos de padre a los 6 años y de madre a los 11). Pero ya de joven sueña con el éxito literario. Y lo que hace, en realidad, es ser un buen periodista que siembra su gloria en los recreos que le dejan su oficio, sus dibujos y sus embelecos políticos.

Así aparece en Rimas. Leyendas y relatos orientales, un volumen crítico bajo la edición de María del Pilar Palomo y Jesús Rubio Jiménez, que publicará la Fundación José Manuel Lara. Aquí se desmonta la imagen de creador atormentado, al ser un compendio de diversos estudios y biografías que aspira a ser la edición canónica sobre el escritor sevillano.

Deja claro qué es vida-verdad y qué es literatura-mito en los 34 años, 10 meses y 5 días que vivió. Un tercio del tomo son estudios preliminares que esclarecen ese fin. Le siguen las 79 rimas con pie de página que rastrean cada una de sus variantes e incluso, algunas, dan cuenta del soplo de inspiración:

“Rumor de besos y batir de alas… (No, “rumor de besos y batir de alas;”)
Mis párpados se cierran… —‘¿Qué sucede?
¿Dime?’... —‘¡Silencio! ¡Es el amor que pasa!”.

Eso exclama Bécquer en la rima 46, que condensa su concepción de la vida y de la literatura, y una de las que sirvió para alentar su mito de autor bohemio, pobre, infeliz y en desencuentro con la existencia, la suerte y los sentimientos.

Una imagen que no lo refleja ni como escritor ni como hombre, según Ignacio F. Garmendia, editor del libro. Lo fundamental es que “con él empieza la modernidad. Juan Ramón dejó claro que Bécquer es el iniciador entre nosotros de la poesía contemporánea, y Cernuda destacó su papel como creador del poema en prosa”.

Ese gran salto en pos del sueño de gloria lo da en otoño de 1854, cuando viaja de Sevilla a Madrid. Tiene 20 años. Allí se casará con Casta Esteban en 1861, tendrá dos hijos, se separará y trabajará en diferentes periódicos. Esa es su vida. “Un periodista respetado en medios como El Contemporáneo y La Ilustración de Madrid que cuando es nombrado censor de novelas consigue un trabajo bien pagado y de cierta importancia política que le permite moverse entre la clase de buenas condiciones”, cuenta Rubio Jiménez, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Zaragoza y autor de La fama póstuma de Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer.

Algo de su sueño atisba en vida con la publicación de varias rimas y leyendas en diarios, pero lo cierto es que no logra recopilar en un volumen toda su obra, recuerda Pilar Palomo. Lo intenta en 1868 conLibro de los Gorriones, que entrega al ministro Luis González Bravo; con la mala suerte de que se pierde cuando la casa de su protector es asaltada en los disturbios que derrocan a Isabel II.

Quedan dos años para que nazca la leyenda. En su entierro, sus amigos deciden cumplir su deseo de publicar su obra. Lo hacen en 1871 alterando el orden de las rimas. Las reordenan en un ciclo biográfico que confunde vida y literatura al crear una historia artificial de teoría, amor, desengaño y muerte.

Es la versión que se populariza y contribuye a la falsificación y angelización de Bécquer. La fuerza del mito es tal que no importa que en 1914 Franz Schneider diera a conocer Libro de los Gorriones,del cual Pilar Palomo hace una de sus ediciones en 1977. En este volumen ella insiste en presentar las rimas como Bécquer las concibió. Una sucesión que refleja el pulso natural de la vida, “los avatares sin un orden preestablecido”.

Para él, como para los grandes, el poeta es el amante y la poesía la amada, afirma Palomo: “Siempre es una amada imposible. Si Bécquer, Petrarca o Dante no la tienen, se la inventan, porque necesitan apresar ese amor”. Ahí está para desmontar parte de esa leyenda el celebérrimo:

“¿Qué es poesía? Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú”.

La gente cree que es inspirado en alguien pero es una metapoesía, explica Palomo. Nadie dice que él no fuera proclive a enamorarse, pero esos primeros poemas son metaliterarios, de lo contrario no sería el creador de la poesía moderna, en la línea de los simbolistas franceses, asegura la experta. Recuerda que “lo primero que tiene que hacer el poeta es sentir la poesía, y quien la escribe tener una mente lúcida porque es un problema del lenguaje. Se escribe con la razón”. Bécquer lo dice en Cartas literarias a una mujer: “Yo cuando siento no escribo”. Y cuando lo hace se libera de prejuicios:

“¡Llora! No te avergüences
de confesar que me has querido un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre… y también lloro”.

Dos años después de los disturbios de 1868, con el libro soñado perdido, en medio de vaivenes políticos y económicos y ya divorciado, muere su hermano en septiembre de 1870. Desolación. Llega el otoño, y Bécquer ejerce de reportero con la ruta de tranvías tirados por caballos que pone a Madrid en el futuro, y a él, camino de la muerte. Es un día polar. Va a la Puerta del Sol, toma un tranvía y se sienta en la terraza descubierta de uno de los coches rumbo a su casa, en la calle de Claudio Coello. Madrid moderno. Modelo de los coches del tranvía que ha de cruzar la población, titula un artículo el 12 de noviembre. Cae enfermo de una bronquitis, él, que padeció de tuberculosis y reforzaba sus pulmones en los mares del Cantábrico. El 20 de diciembre quema su correspondencia. Dos días después hay un eclipse total de sol. Hacia la una de la tarde, dicen que sus últimas palabras fueron: “Todo mortal”. Nace la leyenda.

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