sábado, 17 de enero de 2015

Vidas Paralelas: Alejandro y Napoleón (I)

Por Patricia Baños y Sergio Ruiz

En honor a uno de los historiadores más grandes de la Antigüedad, Plutarco, abrimos esta sección histórica (biográfica) sobre algunos de los hombres mas grandes de todos los tiempos. Para este primer volumen, hemos seleccionado, nada más y nada menos, que a Alejandro Magno y a Napoleón. Dos hombre que, sin lugar a dudas, marcaron una época y son universalmente conocidos.

Napoleón Bonaparte
 
Napoleón nació en Ajaccio, en la isla de Córcega, el 15 de agosto de 1769. Descendía de una familia toscana asentada en Córcega a comienzos del siglo XVI y que ya, a mediados del siglo XVIII, eran destacados propietarios agrícolas y comerciantes. Su posición social llevó al padre de Napoleón a buscar el ennoblecimiento.La familia Bonaparte había tomado parte en los movimientos de resistencia cuando la isla fue anexionada a Francia. Eso no fue obstáculo para que el padre de Napoleón hiciese un movimiento de aproximación a los nuevos dominadores, después de la derrota de los corsos en Ponte Nuovo (1769). Como representante de la nobleza de la isla ante el rey, pudo conseguir que el joven Napoleón entrase en la Escuela Militar de Brienne con una beca, y posteriormente que completase sus estudios en la Escuela Militar del Campo de Marte, en París.

Cuando salió de la Escuela Militar fue destinado al regimiento de La Fère-Artillerie con el grado de segundo teniente. A partir de entonces comenzó un peregrinaje de ciudad en ciudad para cubrir diversos destinos -Valence, Lyon, Douai, Auxonne

Las mayores dificultades se presentaron, no obstante, por la actividad política de los Bonaparte a raíz del estallido de la Revolución. Su hermano José, abogado, y el teniente Napoleón se lanzaron a la lucha política en Córcega hasta que el primero consiguió un escaño en el Consejo General de la isla y el segundo fue elegido teniente coronel de la Guardia Nacional. La participación de ambos en las luchas revolucionarias y la denuncia que Lucien Bonaparte hizo en el club de los jacobinos de Toulon del héroe de la independencia corsa, Paoli, obligaron a Napoleón y a toda su familia a huir a Francia en junio de 1793, para evitar las represalias de los paolistas. Las circunstancias que motivaron la salida de Córcega por parte de Napoleón, cortaron definitivamente su relación con la isla y las aspiraciones independentistas que había mostrado en algún momento de su juventud. A su vuelta de Córcega, Napoleón entró a servir como capitán en el 4.° regimiento de artillería de Niza. Hasta entonces, Napoleón no había participado de una manera directa en las campañas del ejército revolucionario contra sus enemigos. Su primera experiencia en este sentido sería en el asedio de Tolón en el que demostraría por primera vez sus dotes militares y se daría a conocer en los medios castrenses. El puerto de Tolón había sido tomado por la flota inglesa y Napoleón, que ya había sido nombrado comandante, propuso la toma del fuerte de L`Eguillette y en una audaz maniobra consiguió poner bajo el tiro de su artillería a los navíos británicos y a los españoles, que tuvieron que abandonar aquellas aguas. Aquella acción, culminada el 17 de diciembre de 1793, le valió el nombramiento de general de brigada y le llevó al ejército que operaba en la frontera de Italia. El golpe de Termidor dio lugar a una depuración de los elementos más exaltados, a la que no escapó el joven militar corso a causa de la colaboración que había mantenido con los montañeses más radicales. Aunque en realidad Napoleón no se sentía ideológicamente ligado a ningún grupo político en particular, fue acusado de haber participado en una intriga en Génova y encarcelado en Antibes. Aunque fue puesto en libertad a las pocas semanas, siguió levantando las sospechas de los girondinos que veían en él a un peligroso militar terrorista. Barras fue quien le sacó del ostracismo y le encomendó el mando del ejército del Interior para mantener el orden frente a la creciente actividad de los realistas (Vendimiario de 1795).

La operación que dirigió el 5 de octubre contra los insurrección, que se habían hecho fuertes en la iglesia de Saint-Roch, en las proximidades de las Tullerías, le valió el reconocimiento del gobierno. A partir de ese momento, su ascenso no conocería nuevas interrupciones. En París, frecuentó los círculos de la alta sociedad y en casa del Director Barras conoció a la joven Josefina de Beauharnais, viuda del general vizconde de Beauharnais, que había sido diputado de la nobleza en los Estados Generales y presidente de la Constituyente antes de ser guillotinado en 1794. El 9 de marzo de 1796 contrajo con ella matrimonio civil y dos días más tarde salía para unirse al ejército de Italia como comandante en jefe. Las campañas de Italia dieron fama a Napoleón en Francia y en toda Europa cuando aún no había cumplido los treinta años. Sus victorias en Lodi, Arcola y Rivoli han quedado como ejemplos en los textos que enseñan el arte de la guerra, por la inteligente concepción en el despliegue de las tropas y por la audacia en la ejecución de los movimientos. En efecto, Napoleón revolucionó la forma de hacer la guerra y modernizó la organización del ejército.

Durante el Antiguo Régimen se había desarrollado un ejército articulado que se desplazaba en fila y que era incapaz de abarcar un terreno extenso y por consiguiente de obligar al enemigo a aceptar batalla o de maniobrar si la operación era defensiva. Con la Revolución, aumentaron los efectivos del ejército y comenzó la guerra de masas. Durante el Directorio se creó una unidad llamada cuerpo de ejército, formado por una cantidad que oscilaba entre los 14.000 y los 40.000 soldados, que a su vez estaba integrada por varias divisiones. Napoleón, en la campaña de Marengo diseñó un cuerpo de ejército, compuesto por dos o tres divisiones, con una caballería escasa y constituida en su mayoría por cuerpos independientes, y una reserva de artillería bajo el mando directo del jefe supremo.

Desplegaba a sus soldados de tal manera que el enemigo no pudiera desenvolverse fácilmente, pero al mismo tiempo los ponía tan cerca unos de otros, que resultaba fácil reagruparlos en el momento de la batalla. Por otra parte, orientaba a los distintos cuerpos hacia un punto situado detrás del frente enemigo, de forma que al avanzar hacia él envolvían al ejército que tenía delante. De todas formas, la estrategia napoleónica no era excesivamente rígida, pues aunque tenía sus principios, dejaba un porcentaje alto a la imaginación y a la improvisación de acuerdo con las circunstancias concretas y el escenario donde había de desarrollarse la acción. La sorpresa era una de las bazas que le gustaba jugar y para ello tenía que desplegar sus movimientos en secreto. En el campo de batalla prefería desgastar al enemigo mediante el ataque a sus flancos o a su retaguardia y con el menor desgaste posible por su parte. Con la artillería contribuía a rebajar la moral del enemigo, y cuando creía que estaba a punto de caer era cuando lanzaba sus tropas frescas para que terminasen con él.

Los problemas comenzaron cuando las distancias se hicieron mayores en Alemania, en Polonia y, sobre todo, en Rusia. Las marchas se convirtieron en algo agotador y el abastecimiento se hizo cada vez más inviable. La necesidad de distribuir a las tropas por esos inmensos territorios, dispersó al ejército que, además, se vio castigado duramente por la rigurosidad del clima ".
 

Sin duda su popularidad fue un factor decisivo en su decisión de abordar el 18 de Brumario del año VIII de la Revolución (9 de noviembre de 1799), instaurando una dictadura moderada en la que, legalmente, el poder le era concedido por el pueblo a un triunvirato formado por Sièyes, Ducos y él mismo. Más tarde se proclamó primer cónsul, cargo que le facultaba para desempeñar el poder durante diez años.

En esta etapa, su organización administrativa legó profundos cambios, creando estructuras de gobierno que aun permanecen en la actualidad, como el Consejo de Estado, las prefecturas o la reforma judicial. Además, consiguió acabar con las guerras civiles que asolaban Francia y emprendió un programa económico que permitió enjugar el déficit del país.

En política exterior, consiguió vencer a Austria en la batalla de Marengo (1800), logrando un año más tarde la firma de una ventajosa paz (Lunéville). Ese mismo año de 1801 normalizó las relaciones con el Papado, muy resentidas y deterioradas tras los cambios en materia religiosa introducidos por la Revolución. Gracias a esto, logró hacerse coronar emperador el 2 de diciembre de 1804 por el papa Pío VII en la misma catedral de Nôtre-Dame, ciñéndose él mismo, en un gesto cargado de unas nada despreciables connotaciones simbólicas, la corona imperial. Napoleón y Francia se veían a sí mismas, con este acto, en la cumbre máxima del poder.

La decisión de aislar a su principal y más peligroso enemigo, Gran Bretaña, mediante un bloqueo continental, le hizo dirigir sus miras hacia España y Portugal. Rápidamente consiguió Napoleón imponer a su hermano José en el trono español, aprovechando la debilidad de los borbones Carlos IV y Fernando VII y realizando una hábil política de intrigas entre ambos. Sin embargo, a partir de 1808 se sucedieron los levantamientos populares, al mismo tiempo que una táctica militar desacostumbrada -la guerra de guerrillas-, ponía en serios apuros a las tropas francesas en suelo español hasta el punto que el mismo Napoleón hubo de trasladarse para dirigir las operaciones.

Un año más tarde, al no tener hijos de su matrimonio con Josefina, estéril desde los treinta y cinco años, se hizo efectiva la separación y declarada nula la unión. Deseoso de tener un heredero, rápidamente concertó su segundo matrimonio, esta vez con una princesa austriaca, María Teresa, hija del emperador Francisco I. La unión se hizo posible como acuerdo establecido en la paz de Viena, firmada tras la derrota austriaca en la batalla de Wagram. El 20 de febrero de 1811 nacía por fin su anhelado heredero, Francisco Carlos José Bonaparte, destinado a suceder a su padre al frente de un imperio que comprende la mitad de Europa y que incluye, además de Francia, las anexionadas Bélgica, Holanda y la margen izquierda del Rhin. Además, Napoleón gobierna en la Confederación Helvética, la del Rhin y el Reino de Italia, sin olvidar los estados que controla mediante la imposición de algún familiar o colaborador, como el Reino de Nápoles, gobernado por el mariscal Murat, o España, por su hermano José. 

El gigante ruso marcará el principio del fin napoleónico. En 1812 emprende su conquista haciendo cruzar territorio polaco un ejército de más de 500.000 hombres, obligando a los ejércitos del zar Alejandro I a replegarse y practicar una política de tierra quemada que, a la postre, fue uno de los factores decisivos de la derrota francesa. Las victorias menores de Napoleón en Smolensko y Borodino le permitieron entrar en Moscú, que debió rápidamente abandonar por la falta de provisiones y avituallamiento. La retirada fue cruel y penosa para los ejércitos franceses, acosados por el enemigo, el extremo invierno ruso y el desánimo. Sólo 18.000 soldados consiguieron llegar a Polonia y, lo que fue peor aun para el Emperador francés, quedó abierto el camino para su derrota definitiva. Las victorias de la coalición antifrancesa comienzan desde entonces a ser habituales, comenzando por España, de donde son desalojados, y continuando por la misma invasión de Francia, que culmina con la entrada en París de los aliados el 31 de marzo de 1814 y la abdicación del mismo Napoleón 6 días más tarde.

Tras la derrota militar, el otrora mayor soberano europeo quedó confinado en la isla de Elba, si bien su destierro fue momentáneo. Su popularidad aun no había decaído en Francia y era muchos los que anhelaban su vuelta. Así, sin mayores dificultades, consigue recuperar el poder en febrero de 1815. Inaugura un período denominado los Cien Días en que, aclamado por las multitudes, prepara de nuevo a sus tropas para la conquista. Sin embargo, esta vez el fracaso será definitivo, cosechando en la batalla de Waterloo una calamitosa derrota.

Una vez se entrego a los británicos, huyendo de la persecución a la que era sometido por parte de los prusianos, fue de nuevo confinado a una isla, esta vez Santa Elena. Así, tras escribir sus memorias, el 5 de mayo de 1821 falleció de causas que aun despiertan controversia entre los especialistas. Tradicionalmente atribuida su muerte a una úlcera que le provocó un cáncer de estómago, análisis toxicológicos de sus cabellos parecen demostrar que sufrió un envenenamiento por arsénico continuado, probablemente ordenado por la coalición antimonárquica, que temía una nueva intentona por recuperar el poder.
 

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