lunes, 9 de marzo de 2015

El enigma Dimitrov

Por Carlos Navarro

Si algo caracteriza a las generaciones jóvenes actuales en el mundo del tenis es su tardanza a la hora de madurar definitivamente. El tiempo que tardan en salir del caparazón se ha hecho, quizás, demasiado largo en comparación con otros productos. Pero, desde el corazón de Bulgaria, Haskovo, hace tiempo emergió una promesa que brillaba con luz propia y que amenazaba con batir cualquier récord. Hoy en día, parece que su maduración se ha retrasado cuando estaba casi a punto. ¿Qué le pasa a Grigor Dimitrov?
 
Cuando Grigor Dimitrov contrató a Roger Rasheed a finales de 2013, pensó en dar un paso adelante en su carrera. Una carrera que prometía ir a la velocidad de la luz allá por el 2009, cuando un producto búlgaro con similitudes estilísticas al maestro Federer emergía en la bóveda de Rotterdam ante Nadal, un mes antes kryptonita del suizo en la final del Open de Australia. Aquel chaval descarado, con una sonrisa permanente, había dado la nota en júniors. Todo aquel que veía a Grigor Dimitrov se quedaba cautivado ante su talento, su agilidad o la fluidez de su tenis. No fueron pocos los que se atrevieron a lanzar sus predicciones: “no he visto un jugador tan bueno desde ‘x’ tenista”, “se hartará a ganar Grand Slams”, “es igual que Federer”, y un largo sinfín de etiquetas que llevaron a Grigor a su infierno particular, aquel en el que no daba el paso adelante para establecerse regularmente en el circuito ATP, aquel en el que los árbitros fueron presa de su ira en muchas ocasiones, aquel en el que un ángel se convertía gradualmente en un demonio. Pero todo esto forma del pasado; Grigor maduró, escapó de los infiernos y, despacito y con buena letra, logró ganarse a base de trabajo lo que el nombre y las comparaciones no pudieron conseguir. En ese 2013 llegó su mejor victoria profesional hasta el momento en la tierra de Madrid, cuando Djokovic sucumbió a un despliegue físico y tenístico antológico. Así, volvemos al lugar en el que nos situamos: finales del año 2013.
El búlgaro se alía con Roger Rasheed, un hombre conocido por su excelente trabajo en el aspecto físico. Con el objetivo de cortar de raíz su debilidad y poca resistencia, Rasheed ha estado trabajando con Grigor durante ya más de 1 año, y los resultados han dado lugar a un amplio rango de opiniones: para muchos el trabajo de Roger no ha cumplido las expectativas que tienen de Grigor, al que le pedían dar un paso más en el 2014; otros muchos (entre los que me incluyo) quedaron satisfechos con el año que realizó Dimitrov, convirtiéndose en uno de los outsiders más importantes en los torneos grandes y esperando que el buen trabajo del tándem se consolidara en 2015.
Y así estamos ahora mismo; es Marzo de 2015. Grigor Dimitrov ha disputado los torneos de Brisbane, Open de Australia, Rotterdam y Acapulco. La sensación que planea en el ambiente es la de incertidumbre con el rumbo que toma el año tenístico de un Dimitrov estancado, conformista. Como si la lámpara de este genio no quisiera dar más de sí, como si ya estuviese satisfecha. Como si a Dimitrov se le hubieran acabado las reservas y hubiera pulsado el botón de diesel hasta el fondo. Y no se dejen engañar por sus posts en Instagram, en los que parece contento y satisfecho con su vida actual, con poco contenido relacionado con el tenis. Pero en lo que nos incumbe, en el deporte que amamos, Dimitrov está atascado en un bache. El de Hoskovo sólo fue capaz de competir a la altura en el Open de Australia, donde su versión más motivada se dejó el alma a pesar de caer contra Murray, el eventual finalista. Además, Grigor sacó a relucir la mala leche que algunos le pedimos: raquetas rotas, gestos de inconformismo, de enfado consigo mismo por no ser capaz de superar el primer gran test del año. Desde ahí, en picado y sin saber por qué. Donde más notorio se hizo fue en Acapulco, donde Grigor apretó el botón de ‘OFF’ en su cabeza y entregó el tercer set 6-0 ante Ryan Harrison, uno de sus coetáneos. Como si no importara. Como si no tuviera mala leche, amor propio. Como si fuera un témpano de hielo. Y eso, para los que hemos visto el fuego en sus ojos, es algo descorazonador.

Y bien, ¿qué le falta a Dimitrov? En estas líneas expresaré la que, bajo mi punto de vista, es la opción que más enteros gana. Tras un 2014 pleno de alegrías para él (también en el ámbito personal, estabilizando su relación con Sharapova), Grigor necesitaba dar un paso adelante en el 2015. Ser algo más; pelear por el top-5, por estar en la pugna en los Grand Slams… y parece ser que el de Hoskovo aún no ha sido capaz de digerir que las expectativas cada vez están más altas, y que ese paso adelante es muy necesario (va para 24 años y el arroz se pasa). Toda esta presión mental parece que ha provocado un ‘boom’ en una mente ya de por sí frágil, viendo como sus desconexiones se han acrecentado en este inicio de año.  Hecha la tesis, ¿cuáles son las soluciones? Rasheed es un perro de presa, un hombre que lo ha moldeado a su estilo y lo ha puesto a 100 físicamente, pero la cabeza de Dimitrov exige alguien que comprenda a un tenista de élite y aporte soluciones a sus incógnitas. Se me pasan por la cabeza nombres como Pete Sampras o Ivan Lendl; gente que en repetidas ocasiones ha hablado maravillas de un hombre tocado por una varita pero que mentalmente flaquea cuando la presión es demasiada alta. Dimitrov, hoy en día, es un enigma; un rompecabezas para el cual necesita ayuda. ¿Cuándo lo resolverá? Indian Wells y Miami, por características y por lo poco que defiende, parecen dos buenos puntos de partida. ¿Despegará Grigor y se convertirá en ese ‘algo más’ que el mundo del tenis pide a gritos? Sólo el tiempo lo dirá. Pero de algo estoy seguro; todos, absolutamente todos, queremos resolver el Enigma Dimitrov. Date pisa, Grigor; te esperamos.

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