jueves, 12 de febrero de 2015

Crudas realidades de Minsk

Por Francisco de Borja, vía El Mundo

Richard Holbrooke, el fallecido diplomático americano artífice de los acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la Guerra en Bosnia, lamentó no haber presionado más a Milosevic, en aspectos clave de las negociaciones iniciales, cuando el equilibrio de fuerzas en el terreno finalmente cambiaba en contra de los serbo-bosnios y Belgrado, al ritmo de los bombardeos de la OTAN y la Operación Tormenta, de Croacia.

Uno de estos aspectos fue el reconocimiento de la República Sprska, pseudo-estado serbio arrancado a la nueva Bosnia independiente a base de limpieza étnica por cetniks y otras tropas irregulares con apoyo del entonces régimen de Belgrado. Aceptar esta entidad, un mal trago para el Sarajevo aún sitiado, formó parte de los Principios de Ginebra que allanaron el camino a Dayton.

Salvadas las distancias, la hundida Ucrania se enfrenta a un momento parecido. En todo conflicto se plantean dilemas similares de diplomacia y fuerza, Realpolitik y sus hipotecas, principios y sus límites. En esta crisis, dos son ahora clave.  

¿Debe Kiev aceptar, como parámetro de paz, una realidad en el terreno, el Donbás cuasi-independiente, arrancado, por cortesía de Moscú, mediante el (ab) uso de la fuerza y la violación de principios internacionales?

¿Una baja colateral frente a objetivos, como la estabilización financiera y progresiva integración en el espacio euro-atlántico, del resto de Ucrania? ¿O debe luchar por que la paz temporal y la línea de contacto no se conviertan en la tensión permanente de mañana y la línea de segregación definitiva, como prácticamente todos los mal llamados conflictos "congelados" del espacio ex soviético?

 El segundo dilema, para Occidente y, sobre todo, actores centrales como EEUU y Alemania, estriba en cómo elevar la presión o "costes" a Rusia mediante más sanciones y, quizá, más armas al maltrecho ejército ucraniano.

El binomio fuerza y diplomacia, escalada y desescalada, no es infalible. Una opción, imposible por indeseable, incluiría alguna intervención militar internacional similar a Bosnia 1995 o Kosovo 1999, para alterar el equilibrio de fuerzas a favor de Kiev y forzar un acuerdo diplomático duradero. Este escenario implicaría la confrontación directa con Rusia, exactamente la profecía auto-cumplida que algunos paranoicos en Moscú buscan.

El modelo de paz balcánica falla: el agresor externo, la Rusia de hoy, no es la extinta Yugoslavia

El modelo de paz balcánica de fuerza para diplomacia falla: el agresor externo, la Rusia de hoy, no es la extinta Yugoslavia de Milosevic de ayer, aunque se le parezca en cuanto al apoyo a grupos irregulares y milicias, la representación de éstos en las negociaciones, en la negación de toda evidencia o el uso de propaganda.

Otra opción menor de diplomacia de fuerza, sería una escalada militar moderada, armando a Kiev, como pidió Poroshenko en la Conferencia de Seguridad de Munich y juguetean EEUU y algunos socios europeos. Siendo una reivindicación legítima, en el mejor de los casos , reforzar las capacidades militares de Kiev le ayudaría quizá a perder más territorio. Pero la lógica tentación sería recuperar el tiempo perdido.

Sobre todo, la aritmética es despiadada: Rusia ejerce el dominio absoluto de la escalada de fuerza en Ucrania - y casi todo el espacio ex soviético-. No serían descartables respuestas aún más agresivas por Moscú, desde consolidar de facto Novorossiya a amenazas bordeando el "a Kiev en dos días".

La opción inmediata es una efímera paz tras las negociaciones de Minsk

De fondo, en esta asimetría estratégica, la cruda realidad es que Rusia, y, desde luego, Putin, como saben georgianos, chechenos, ucranios y otros, cumple sus promesas cuando afectan a sus intereses vitales, mientras que Occidente, como saben sirios, palestinos, afganos y otros, no cumple sus líneas rojas.

Así las cosas, si las negociaciones no fracasan, la opción inmediata es otra efímera paz, un Minsk Bis. Otro paréntesis cuya difícil verificación sigue correspondiendo mayormente a los observadores de la OSCE, cuya moral en el Este pasa por horas bajas, en vez de, como correspondería en un conflicto armado, a una fuerza multinacional de pacificación.

La cruda realidad es que seguramente vendrán más Minsks y más líneas rojas. La siguiente no será ya Donbás, sino quizá evitar una Novorossiya por la vía de los hechos (algo que los rebeldes están cerca de cumplir). Europeos y americanos se enfrentarán a un equilibrio endemoniado entre diplomacia y fuerza poniendo al límite la unidad europea y transatlántica.

Los precedentes son una maldición: se reproducen. Holbrooke temía que Bosnia fuera otro Chipre. Poroshenko intenta que el Donbás no se convierta en otra Transnistria. La realpolitik inclinaría tanto a aceptar un Transnistria hoy para salvar una Ucrania europea mañana, como a aumentar la disuasión a Rusia. Pero, en contra de lo que sugirió Merkel en Munich, esta vez quizá no tenemos la suerte de que este Muro termine cayéndose. Y los europeos occidentales parecemos menos dispuestos aún a sufrir un poco por la seguridad de Europa, ni la ajena ni la propia.

Francisco de Borja Lasheras es director adjunto de la oficina en Madrid del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR).

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