Hace casi 70 años, los habitantes del atolón Bikini, en el Pacífico, tuvieron que alejarse por los ensayos nucleares estadounidenses. Sus descendientes se lamentan que también tienen que emigrar, empujados ahora por el cambio climático.
Numerosos habitantes de este atolón se reinstalaron en Kili, una isla situada a 800 kilómetros que también pertenece al archipiélago de las Marshall.
Esta porción de territorio inferior al kilómetro cuadrado en el que viven un millar de personas, se encuentra sólo dos metros por encima del nivel del mar, y es por lo tanto vulnerable ante la subida de las aguas consecutiva al calentamiento climático.
Los habitantes dicen que el medio es cada vez más inhóspito. Las cosechas son malas porque el agua de mar impregna el suelo y las reservas de agua potable. Las inundaciones y tempestades son frecuentes.
Cuando las olas inundaron Kili hace un tiempo, sus habitantes "pensaron que todos iban a ser arrastrados por el mar", cuenta a la AFP Lani Kramer, consejera en la autoridad local de Bikini.
La gente "vio llegar el agua a la tierra y se dijo que resultaba extraño. En el espacio de una hora, el agua les llegó a la cintura, estaban aterrados. Algunos se refugiaron en la iglesia, situada en un alto".
Las inundaciones "destruyeron las contadas cosechas que tenían. Y la gente de Kili depende de estas pequeñas cosechas", añade.
Jack Niedenthal, que desempeña un papel de intermediario de los habitantes de Bikini con Washington, estima que Estados Unidos tiene el deber moral de protegerlos: sus ancestros permitieron que los estadounidenses realizaran pruebas nucleares en el atolón a partir de 1946, recuerda.
"Estados Unidos encontró la solución de instalarnos en Kili (...) Pero ahora tenemos el agua hasta las rodillas dos veces al año", dice.
Algunos incluso quieren instalarse en Estados Unidos. Los habitantes de las islas Marshall tiene derecho a vivir, trabajar y estudiar en Estados Unidos sin necesidad de visado, pero Niedenthal estima que Washington debe costear los vuelos y los gastos de su nueva instalación.
El Departamento de Estado no ha comentado estas exigencias.
Entre tanto, Niedenthal espera que los grandes países del mundo piensen en las comunidades de las islas del Pacífico que se encuentran en primera línea del calentamiento: "Estamos impotentes. No podemos hacer nada solos. Solo podemos pedir a los países más grandes que actúen".
Las desgracias de Kili se reproducen por todas partes en las islas Marshall y su presidente, Christopher Loeak, advirtió de que "pronto parecerán una zona de guerra".
En la conferencia de París sobre el clima, abogó por la adopción de medidas muy restrictivas para limitar el calentamiento. "Nos estamos arrastrando de desastre en desastre y sabemos que lo peor está por llegar", expuso.
"Si queremos ganar la batalla del cambio climático, debe acabar la era de la energía fósil y ser reemplazada por la era de la energía verde y limpia, sin esta contaminación de carbono que afecta a nuestra salud, impide nuestro crecimiento y asfixia nuestro planeta".
El número de tempestades en las islas Marshall crece de año en año. En 2014, se registraron las grandes mareas más importantes en 30 años, que obligaron a un millar de habitantes a huir y causaron más de dos millones de dólares de daños (1,8 millones de euros).
El cambio climático agrava asimismo los efectos de la corriente caliente ecuatorial El Niño en el Pacífico occidental. Los meteorólogos piensan que provocará pronto nueve meses de sequía, de Palau a las Islas Marshall.
"Tenemos un tiempo extremo, inundaciones en ciertas islas, sequía en otras, erosión marcada, blanqueo del coral, sal en nuestras cosechas y en el agua", enumera el ministro de Relaciones Exteriores, Tony de Brum.
Científicos de Hawái crearon un servicio de previsiones -el sistema de observación de las islas del Pacífico (PacIOOS)- con el fin de prever las inundaciones marítimas.
La laguna en general tranquila de Majuro, la capital de las Marshall, se desató recientemente por una tempestad y los habitantes deberán acostumbrarse a este tipo de situación cada vez más frecuente, predice Melissa Iwamoto, subdirectora del PacIOOS.
"Cuando la mar está demasiado alta, la seguridad de los pescadores que salen de la laguna para dirigirse a alta mar está amenazada", añade. "Las casas y empresas pueden quedar inundadas por el agua del mar, las carreteras intransitables, la pista de aterrizaje inservible. Así es la realidad para los habitantes del atolón Majuro".
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