lunes, 7 de septiembre de 2015

Artículo de Economía: Made in China

Por Marcos Rivera

¿Qué está pasando con la economía china? ¿Cómo se explica que el gigante asiático del que todo el mundo hablaba hace apenas unos años se haya convertido en una preocupación para los inversores internacionales?

El analista Tim Morgan tiene claro que "el miedo está justificado". En su opinión, los pinchazos que se han ido dando en distintos sectores (inmobiliario, bursátil...) pueden ser el preludio de una corrección generalizada que, además, podría tener un "efecto contagio" en las economías de Occidente que aún no han superado la Gran Recesión.

Desde 2007, cada euro de crecimiento del PIB china ha ido de la mano de 3,9 euros de nueva deuda. A nivel mundial, la ratio que vemos también es preocupante, pero hablamos de una tasa de 1 euro de crecimiento por cada 3,2 euros de nueva deuda, por debajo de lo que vemos en China".

Todo este exceso de deuda ha obligado a China a devaluar el Yuan, (Política Monetaria expansiva) cosa que se explica gracias a su gran capacidad exportadora, igual que hiciera España en la época del franquismo y posterior para poder así comprar más barato y vender más caro en el mercado internacional.

¿Pero es esto suficiente para incrementar las exportaciones?

Cuando un banco central anuncia una relajación en su postura monetaria, esto lleva a una rápida respuesta por los participantes en el mercado de cambio de moneda mediante la venta de la divisa nacional en favor de otras, llevando así a una depreciación de la moneda nacional. En respuesta a esto, los diversos productores encuentran ahora más atractivo aumentar sus exportaciones.

Para financiar el aumento en la producción, los productores se dirigen a los bancos comerciales, que (debido a un aumento en la inyección monetaria del banco central) están encantados de expandir su crédito a tipos de interés más bajos.

Por medio del nuevo crédito, los productores pueden ahora conseguir los recursos necesarios para expandir su producción de bienes para ajustarse a la demanda exterior. En otras palabras, por medio de crédito recién creado, los productores desvían recursos reales de otras actividades.

Mientras los precios nacionales permanecen intactos, los exportadores registran un aumento en las ganancias. (Para una cantidad concreta de dinero extranjero ganado ahora obtienen más en términos de moneda nacional).

A medida que pasa el tiempo, los efectos de la política monetaria laxa se filtran a través de un amplio espectro de precios de bienes y servicios y acaba socavando los beneficios de los exportadores.

Esta devaluación del yuan ya la han tildado como el inicio de la guerra de divisas.

Es curioso cómo critican la acción de China muchos economistas de estas potencias, como EEUU, Japón o la Eurozona, cuando vienen recomendando estas políticas (erróneas, pues no es lo mismo ganar competitividad siendo más productivo y eficiente que hundiendo el valor de la divisa sin solucionar la cuestión productiva y de eficiencia, sino precisamente manteniendo estructuras ineficientes y obsoletas artificial y temporalmente) y cuando sus países llevan años sumergidos en dicha guerra mediantes sus agresivas políticas monetarias expansivas,  que no tienen otro objetivo que el de ganar tiempo en los mercados.

De la misma manera, estas políticas destruyen la adecuada división internacional del trabajo y la especialización y cooperación basada en las ventajas comparativas, llevando a los países a una guerra de divisas destructiva, camino que manipulan los países (camino fácil e insano) a raíz de cargarse el patrón oro e instaurar el nacionalismo monetario, como lo denominara Hayek y recogiera en su obra "El nacionalismo monetario y la estabilidad internacional".

La devaluación del yuan en un 4,5% constituye un episodio más de la guerra de divisas que viene reproduciéndose entre las principales economías mundiales desde el comienzo de la crisis. No en vano, desde que la Fed puso en marcha los QE, el dólar se ha depreciado un 11% con respecto a la divisa china; desde que Japón ejecutó el Abenomics, el yen lo ha hecho en un 37%; y desde que Draghi implementó su programa de deuda pública europea, el euro ha caído un 21%.

Todas las economías han intentado dopar su proceso de recuperación sin proceder a una reestructuración profunda de sus aparatos productivos y de su apalancamiento financiero.

Pero las recientes noticias sobre la desaceleración china han cambiado el escenario macroeconómico: de entrada sabemos que China está creciendo menos de lo deseado por sus autoridades, aunque es difícil estimar cuánto dada la opacidad de muchos de sus datos oficiales; de intermezzo, hemos constatado que la magnitud del parón, anticipada por el pinchazo de su burbuja bursátil, ha sido de suficiente magnitud como para que el Banco Central Chino devalúe el yuan durante tres jornadas consecutivas; y de salida, tememos que las reverberaciones del movimiento pueden ser difíciles de controlar.

Comencemos por las implicaciones para China: ¿es ésta devaluación suficiente como para que China recupere el impulso que parece estar perdiendo? Si los inversores terminan creyendo que sí, el país no tendría que preocuparse por experimentar fugas adicionales de capitales, pero, si los inversores se barruntan que no, no creerán al Banco Central Chino cuando afirma que el ajuste del yuan ya ha terminado.

Y si no se lo creen, la fuga de capitales proseguirá, ante lo cual el Banco Central de China tendrá dos opciones: o dejar que el yuan flote libremente y se siga depreciando frente al dólar (es decir, no defender el tipo de cambio y permitir que se vendan activos en yuanes para comprar dólares) o utilizar su gigantesca reserva de activos en dólares para evitar la depreciación del yuan (es decir, el Banco Central vende activos en dólares contra dólares y los utiliza para recomprar los yuanes que se están vendiendo).

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