Por Mati Cardeñas
Hombre. Mujer. Masculino. Femenino. Rosa. Azul. Ovarios. Testículos. Hombría. Sensibilidad.
Son unos conceptos muy eclécticos para tantas personas diferentes, ¿no?
Los roles de género tienden a depender de forma inevitable al sexo que deben acompañar. Si eres un hombre, debes cumplir las normas, ser bueno en el deporte, tener interés por las mujeres (sí o sí), ser muy macho y no tener interés en las cosas “de mujeres”.
Por otra parte, si eres una mujer, debes lucir siempre perfecta, ser popular, no interesarte “cosas de hombres”, jugar con juguetes femeninos y, sobretodo... SABER REALIZAR TAREAS DOMÉSTICAS.
¿Realmente es necesaria y lógica la idea de que las mujeres debamos saber planchar, aspirar, limpiar el polvo o poner lavadoras? ¿No pueden los hombres hacerlo también? ¿No convivimos ambos sexos y ambos géneros? ¿Por qué esta necesidad incipiente de hacernos creer que las mujeres (en el divino siglo XXI) debemos ser las “amas de casa”?
Los roles de género, aquellas normas que dictan cómo debe comportarse cada género, nos ha separado durante toda nuestra existencia. Nos ha dividido y diferenciado del otro sexo y, en muchas ocasiones, ha creado motivos para discriminar. Si eres mujer y no sabes tener limpia tu casa, eres un desastre de mujer. Si eres un hombre y no mantienes a flote tu familia, eres un debilucho y un “poco hombre”.
El hogar es uno de los ámbitos donde encontramos más diferencias de género y con ello, una clara tendencia a la superioridad del patriarcado. Aunque, gracias a la modernidad que nos acompaña, cada vez se reparten más las tareas domésticas entre ambos sexos. Según las Encuestas de Empleo del Tiempo que realizó el INE en 2003, los hombres con empleo dedican 9,4 horas semanales a tareas domésticas, mientras que las mujeres dedican 34,7 horas semanales. En 2010, las cifras se acercaron, los hombres dedicaron 11,6 horas y las mujeres 31,12.
Pero, ¿a qué se debe este aumento del trabajo doméstico en los varones y la disminución en las mujeres?
Las mujeres, incluso trabajando a tiempo completo, siguen asumiendo casi ¾ partes del trabajo doméstico. En estos datos, España se asemeja a Reino Unido y Alemania, mientras que Suecia o Finlandia tienden a compartir el tiempo del trabajo doméstico entre sexos. Se ha llegado a demostrar que, ya que las mujeres dedican más tiempo a este trabajo, pierden tiempo activo de búsqueda y dedicación a su empleo habitual, por lo que podemos decir que la desigualdad doméstica lleva a la desigualdad laboral.
Muchos economistas han aportado sus opiniones basándose en teorías un poco dispersas y, de dudable lógica. Afirman que dado que el hombre recibe más ingresos (otro tipo de desigualdad, señores), la mujer tiende a sentirse culpable ya que el hombre trabaja más y es ella en quien recaen las responsabilidades domésticas.
Hablamos siempre desde la perspectiva de las parejas heterosexuales, ya que es donde se hacen más evidentes las diferencias entre roles de género, pero, aún así, es evidente que en algunas parejas homosexuales, una de las dos personas se siente más apegado a uno de los géneros y en estos casos, también son evidentes las diferencias. Es por eso que, una parte de las tareas domésticas sigue asignándose a uno de los dos géneros. Como muchos conoceremos : “¿Quién hace de hombre y quién hace de mujer?”, típica frase que nuestros mayores alguna vez han dicho cuando han visto a una pareja homosexual.
Llegados a este punto, es entonces cuando debemos preguntarnos, ¿cuándo empezamos a dividir entre tareas de mujeres y tareas de hombres? ¿Cómo se refuerzan estas diferencias?
Existe una línea de literatura económica que confirma que es la familia la que tiene el papel fundamental de transmitir de generación en generación las actitudes y comportamientos “socialmente aceptados”. Por otra parte, la psicología aplicada tiene la teoría de que esta transmisión es, en primer lugar, el refuerzo intencionado que realizan los padres en cuanto a los roles de niños y niñas; en segundo lugar, la imitación del comportamiento de papás y mamás; y, por último, el aprendizaje de roles mediante la socialización y la imitación en el grupo de iguales.
En cuanto al cambio evidente y la redistribución del tiempo doméstico y las tareas que realiza cada sexo, podemos decir que todo se resume a los grandes esfuerzos por la igualdad.
Nuestros y nuestras jóvenes, tienen clara la necesaria igualdad que necesitamos. Cada vez, somos más conscientes de que somos iguales y debemos serlo en todos los sentidos y ámbitos de la vida moderna. Luchamos por la igualdad laboral, por tener mismos sueldos y mismas condiciones. Por que nos traten igual en el supermercado. Por tener los mismos derechos y obligaciones legales. Y, cómo no, por ser iguales en casa.
La mayoría de las parejas jóvenes actuales, se independizan con una idea básica: compartimos gastos pero mantenemos cuentas bancarias separadas y, por supuesto, compartimos la limpieza.
A las chicas jóvenes que comparten vivienda con su pareja u otra persona de diferente sexo, les molesta muy mucho, que les pregunten, ¿tu compañero te ayuda en casa? No nos ayudan, vivimos juntos, compartimos gastos, compartimos obligaciones. No quiere decir que por ser mujeres seamos las gurús de la limpieza en casa y ellos sean los salvadores.
Gracias a todas las divinidades existentes, ya existen muchos chicos con esta actitud y esta mentalidad. Es cierto que, sobre todo en casos de parejas que se independizan juntos y vienen de familias distintas, surgen diferencias sobre los “estándares de limpieza”. La forma de vida se complica, es difícil acertar con la otra persona sobre cómo hacen las cosas en sus respectivas casas familiares. Pero esto, como todas las dudas existentes, se resuelve mediante la comunicación.
No existen diferencias tan evidentes como las que nos adjudicamos nosotros mismos. Ambos sexos somos seres humanos, con los mismos derechos, ¿por qué debemos diferenciar el género que nos asigna la sociedad? ¿No podemos simplemente ser personas, compartir nuestras vidas y con ello, hacernos vivir de forma más fácil?
Acabemos con las diferencias de género. No nos referimos a evitar que las niñas usen el rosa y los niños empiecen a usarlo. Nos referimos a igualdad, al feminismo sano. Ése que antes buscaba la igualdad y no la superioridad de la mujer.
Encontremos el punto medio, donde una mujer y un hombre sean, simplemente eso. Personas. Personas que conviven y comparten.
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