domingo, 1 de marzo de 2015

Colin Firth, epítome del inglés

Vía El País

A los 54 años, James Bond. O casi. A esta edad, Colin Firth ha encarado su primer personaje de acción, con saltos y cabriolas —no, los bailes de Mamma mia! no cuentan— en Kingsman: servicio secreto, versión de Matthew Vaughn de un cómic de Mark Millar estrenada el pasado viernes.


A Firth le ha tocado encarnar al miembro de una organización clandestina de espías que será el pigmalion de un joven recluta. A mitad de la película, un filme de aventuras más cercano a la diversión proporcionada por las viñetas que a la solemne seriedad dada a la acción de creadores como Christopher Nolan, a ese maestro le ocurre algo que a Firth le dejó a sorprendido en la primera lectura del guion, y que parece no enfadó al ganador del Oscar por El discurso del rey. “Sin revelar ese giro argumental a los espectadores diré que releí de nuevo el guion pensando que se me había escapado algo. Que no podía ser lo que le pasaba a mi personaje. Y no, estaba bien, lo cual hace que aún admire más a Matthew como guionista”.


El actor —tez pálida en la cara, piel lechosa en el pecho según se entrevé por la botonadura de su camisa, tonos que se contradicen aparentemente con su vida en Italia, donde reside parte del año— encarna al estereotipo del inglés: hace cuarenta años lo hubiera interpretado Michael Caine, que es quien en esta comedia da vida al jefe de los kingsman. “De joven me interesaban mucho las películas de su personaje Harry Palmer. Pero me sorprendió mucho que me llamaran para este proyecto. Si nunca me habían ofrecido nada parecido en 30 años, ¿cómo me iban a escoger para algo así a los 52, edad con la que rodé Kingsman?”. Pues ocurrió, y le tocó ser espía inglés. “Solo tienes que llevar un buen traje, y medio mundo se lo creerá. Hay una diferencia crucial entre Palmer y Bond: este es oficial, el primero procede de la clase obrera. Y yo, por mucho que intente darle aires patricios a mis personajes, vengo de ese mismo estrato”.

Como parte del negocio de vender una película, a Firth no le importa la promoción: “Reconozco que es más complicado hablar de una comedia, porque ¿cómo deconstruyes lo divertido? En los dramas puedes entrar en honduras con los periodistas”. Aunque a continuación ahonda: “Kingsman divierte con los tópicos, mostrándolos primero y burlándose con su destrucción después”.

En la película repite con Mark Strong, tras el reciente estreno en España de No confíes en nadie—“Diría que es ya nuestra sexta película juntos”—, un hecho que le hace feliz. “Los grandes cineastas como Scorsese, Bergman, Buñuel o Fellini siempre han intentado repetir con sus colaboradores y actores. Es lógico, porque no tienes que construir de nuevo entre gente distinta relaciones de confianza en pocos días. La familiaridad es un valor añadido”.

¿Sigue con ese cariño casi infantil por actuar, una definición que hace tiempo daba de su pasión por su trabajo? “Por supuesto. Es elemental. En profesiones relacionadas con el deporte y la actuación ayuda conservar un espíritu infantil”. ¿Y es difícil mantenerlo con los años? Firth estalla en risas y suelta burlón: “Claro, y por eso llega Stanislavski con su método para proporcionarte más juguetes”.

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