viernes, 13 de febrero de 2015

Muere David Carr, el periodista que se investigó hasta a sí mismo

Vía El País

David Carr tenía la voz ronca de un pirata, los andares desgarbados de un Quijote y la mirada inquisitiva de Sherlock Holmes.

Parecía un reportero salido de otra era, de una película comoPrimera Plana, pero diseccionó como pocos las últimas revoluciones de los medios de comunicación. Aplicó el rigor periodístico tanto en sus columnas en las páginas de Economía de The New York Times —textos con gramos de opinión y toneladas de información— y como en el libro en el que, con los métodos del reporterismo clásico, investigó las épocas más oscuras de su biografía más íntima.

La noche de la pistola (The night of the gun, en inglés) es un libro particular. En él, Carr intenta reconstruir parte de su vida, unos años que en su memoria quedaron bajo una nebulosa de drogas y alcohol. Como sus recuerdos son borrosos y, como buen reportero, no se fía ni de su propia versión, decide investigar su pasado. Se investiga a sí mismo como si persiguiese la exclusiva del Watergate. Entrevista a novias y camellos. A compinches en las noches de farra y a jefes que lo despidieron. Consulta archivos y hemerotecas.


El título del libro, publicado en 2008, proviene de una noche en la que cree recordar que un amigo le apuntó con la pistola; al entrevistarlo, 20 años después, el amigo le explica que jamás tuvo un arma. “Esta es una historia”, escribe, “sobre quién tenía la pistola”.

Carr utilizó la técnica del fact-checking —la comprobación de datos de una pieza periodística— para examinar su propia vida. Creía que no existía mejor método que el repoterismo para llegar a la verdad y para mejorar las historias. Siempre, hasta el último día de su vida, en que entrevistó a la documentalista Laura Poitras y al periodista Glenn Greenwald sobre la película Citizen Four, buscó quién tenía la pistola.

El jueves por noche murió de forma inesperada en la redacción deThe New York Times, el diario que amaba con pasión juvenil —nunca dejó de maravillarse por la fortuna de trabajar en el Vaticano del periodismo de calidad— y que le convirtió en un referente para sus colegas de profesión y para las personas interesadas en los medios de comunicación. Tenía 58 años.

Sus artículos, que se publicaban cada lunes, eran lo que en Estados Unidos se denomina columnas reporteadas. Rara era la columna que no contenía una o varias declaraciones sacadas de entrevistas. Su honestidad era desarmante.

En una columna reciente confesó que hace unos años erró al minusvalorar la publicación alternativa Vice. En otra, sobre las acusaciones de violación contra el cómico Bill Cosby, criticó a los periodistas que en años anteriores no le habían preguntado al actor por las sospechas que ya circulaban. Enumeraba una serie de reporteros que, aunque “estaban en el ajo”, no dijeron nada. Después añadía: “Y entre los que estaban en el ajo me incluyo a mí”.

Carr se convirtió en una figura pública gracias a Page One, un documental de 2011 sobre The New York Times. El documental explicaba la crisis de la prensa en papel y la compleja transición al mundo digital, y lo hacía a través de los periodistas que cubrían los medios de comunicación en el Times.

Cultivaba ante la cámara la imagen de reportero curtido y malhablado, una especie de tío crápula de los veinteañeros y treintañeros que despuntaban en la Dama Gris. Quedaba claro que Carr, formado en la prensa local de su ciudad, Minneapolis, y de Washington D.C., era más que un periodista especializado en los medios. Hablar de los medios era para él una forma de hablar del mundo, de la vida.

Su penúltima columna, publicada el lunes, abordaba el caso de Brian Williams, el presentador estrella de la cadena NBC, caído en desgracia al descubrirse que era falsa la historia que por años contó acerca de que el helicóptero en que viajaba en 2003 fue alcanzado por fuego enemigo. En realidad viajaba en otro helicóptero.

Carr, que de los engaños de la memoria algo sabía, entrevistó a 70 personas para reconstruir su propio pasado en La noche de la pistola. Williams embelleció, quizá de buena fe, sus recuerdos, y al descubrirse la verdad, los torquemadas de la prensa y las televisiones estadounidenses se precipitaron a exigir su despido del telediario de la NBC.

El martes, la cadena lo suspendió durante medio año. Antes, Carr, que en sus columnas exhibía tanta retranca como empatía y piedad, fue de los pocos que discrepó. “No sé si el Sr. Williams debe perder su empleo”, escribió. “No creo que deba perderlo”

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